Foto: Nicanor Parra, 2012.
Autor: Pin Campaña.
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El poeta es sorprendente, el poeta es él, un tipo atravesado acostumbrado a derribar las palabras hasta ponerlas patas arriba como quien trata de reinventar, si no el lenguaje en sí, sí al menos el poético; lo hizo a partir de las teorías de Ludwig Wittgenstein. La llamada antipoesía de Nicanor Parra (San Fabián de Alico, Chile, 1914) revolucionó el universo de los versos enfrentándose a la tradición lírica con la crudeza del lengaje seco de lo cotidiano. Neruda fue el primero en valorar la antipoesía de su compatriota Parra, después se llevaría no pocos improperios, “ampuloso” y “tonto solemne”, los más comedidos. Y es que la poesía de Nicanor Parra era como un quiebro al sistema, como una tempestad en la inmensidad del océano capaz de arrasar con todo lo establecido, y Neruda lo sabía: “me equivoqué contigo, pensé que no eras un poeta, pero sí eres un poeta. Si publicas un libro entero con esos poemas -Poemas y antipoemas, 1954-, no vas a dejar títere con cabeza”; así fue. La poesía chilena se dejaría llevar por la magia del maestro, y cambiaría de iconos dejando a un lado al mismo Neruda o al relamido nicaragüense Rubén Darío. A Neruda no le gustó nada los quiebros del maestro, la ironía y el sarcasmo que hacían mella en la cotidianiedad de sus versos, como en “Versos de salón”, 1962, del que el nobel se dio por aludido. “Durante medio siglo/ la poesía fue/ el paraíso del tonto solemne/ hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa”. “Parece que quiere hacernos pensar”, dijo en respuesta Neruda. Neruda se convertiría con los años en una estrella planetaria, pero en torno al no poético de Parra se adscribieron un grupo de fieles de la talla de Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn, Armando Uribe o Jorge Teiller, alejados de la intensidad lírica y emocional de Neruda buscaban la coherencia en un entorno poético carente de rimas donde primaría la experiencia y un ejercicio de visionario sobre las incertezas del mundo.
“El hombre imaginario/ vive en una mansión imaginaria/ rodeada de árboles imaginarios/ a la orilla de un río imaginario”. Así arranca el hombre imaginario, uno de los más celebrados de un poeta que hoy es eso, un ser imaginario y centenario, apartado del mundo, al que le debemos el que nos hiciera abrir los ojos y huir de lo previsible como de la peste.
*Publicado en La Revista 14/09/2014
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