21 jun 2017

Anita Pallenberg, el diablo y los Stones #Iconos

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Imagen: Anita Pallenberg.

Anita Pallenberg ( Roma, 1942; Reino Unido, 2017) se subió al caballo salvaje de los Roling Stones cuando estos eran unos potrillos, fue ella  quien les aportaría, como vulgarmente se suele decir, la sal y la pimienta.
   Finales de los años sesenta. La experimentación, la sicodelia, el hipismo y las drogas se agitaban a partes en la coctelera de muchas bandas. A los Stones se acercó una joven menuda y dispuesta, de pelo rubio, pelín aniñada y cara de diablura. “Sabía de todo y lo podía decir en cinco idiomas”, diría de ella años más tarde en una entrevista Keith Richards.


   No sabemos qué sería de los Rolling Stones si no hubiera entrado en contacto con ellos esta diseñadora, modelo, actriz, groupie y musa de rockeros, pero sí  que gran parte de su descaro y personalidad surgió a partir de ella, también su lado más atractivo y peligroso, hasta el punto que la parte administrativa y contable de la banda en más de un momento consideró que no era una compañía aconsejable.
   Hija de un músico italiano y de una secretaria alemana entró en contacto con los Rolling tras un concierto en Alemania, ella se dejó caer por el camerino y allí andaba un rubio alocado como Brian Jones al que que primero sedujo y con quien formó una pareja espectacular que triunfaba en todas las fiestas,  donde ellos eran en aquel momento el glamour necesario. Anita era puro nervio e inquietud pero su actitud gustaba a los Stones, respetaban sus decisiones y sobre todo una estética hasta entonces bien diferente. Sin estar adscrita al hippismo las influencias indumentarias de Anita recogían parte del legado, sobre todo lo más transgresor, sin ningún cajón estanco. Los dos años en los que se relacionó con Jones fueron una banda sonora encendida que remató mal, sobre todo para Jones, malos tratos, drogas, expulsión de la banda que había fundado, y una muerte sospechosa en su propia piscina, en 1969.

Keith Richards y Anita Pallenberg. Londres 1973, por Frank Barratt.

   Gran parte del distanciamiento entre los Stones estuvo motivado por Anita, que dos años atrás. camino de Tánger, sucumbió a los encantos de Keith Richard cuando éste era todo inocencia. Como ocurrió con Jones, la influencia estética fue notable, Keith, de un mismo tallaje que anita, acabó vistiendo la propia ropa de ella. La pareja (1967-1980) tuvo tres hijos, Marlon, Angela y Tara. Dicen que los contorneos de Mick Jagger, coprotagonista de una película como Performance junto a Anita, parten de sus influencias. Que también dieron lugar a insinuaciones sobre una supuesta relación.

   Entre los protagonismos, lo musicales. Un disco importante como Beggars Banquet (1968) fue remezclado por sus críticas. Aunque sus participación más tangible es en “Sympathy for the devil”, donde hace coros. “Coming down again”¨la escribió Richards pensando en ella, también “Wild horses” le tiene a ella, a Anita, y a Marianne Faithfull, novia de Jagger, como musas inspiradoras. Eran los Stones de una época, la más salvaje, la más añorada. Justo la que recordamos ahora que nos enteramos de su muerte.

5 jun 2017

En manos del Sil #Sober #RibeiraSacra


    En la Ribeira Sacra el paisaje es el que le toma las medidas a uno,  lo pone en su sitio; pocas veces la figura humana puede resultar tan insignificante. En la mitad del cauce la calma parece que se eleva y se precipita desde el cielo; desde lo alto, desde el mirador de A Cividade (Bolmente, Sober) lo que de verdad se desplaza es la mirada, viajando entre las vertientes hasta encajar al Sil tras una larga cola de serpiente. El río, ancho, desde que se hizo embalse, es un plato. Cuesta imaginar cómo sería antes, un río de vida del que se intuyen aún las pegadas de las pesquerías, porque  aquí se pescaban lampreas, salmones y truchas.  El Sil aun así es de postal, dibujado entre meandros y cañones que responden a una convulsión tectónica, la erosión milenaria hizo el resto.



Desde el mirador

  El mirador de A Cividade -uno de los 15 construidos en la Ribeira Sacra, entre Lugo y Ourense-  obra de la arquitecta Isabel Aguirre arranca desde la ladera; me dicen que el proyecto original se proyectaba cuatro metros más allá, sobre el vacío, de éste lo que más sorprende es su anchura, tamaño carretera; aun así la visión es fantástica. Desde otro mirador próximo, el de Boqueiriño, uno de los más frecuentados, al que hay que llegar entre pistas y mucha imaginación, la visión es estupenda. En la vertiente de la montaña de enfrente  -desde la distancia una figura minúscula- una joya de la arquitectura sagrada, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, que destaca entre la frondosidad de sus castaños; en el otoño se distinguen infinidad de “sequeiros”, la mayoría abandonados.  La foresta de la Ribeira Sacra es generosa, junto a especies de clima mediterráneo, alcornoques, madroños, encinas, proliferan otras como los castaños ya citados, robles o abedules. El paisaje también nos desvela muchas albarizas, construcciones en piedra para evitar que la miel fuera a parar a la boca del oso.


Un mar en silencio

  En el Sil todo es silencio, o casi. De cuando en vez un catamarán de recreo–de los varios que tienen las concesionarias en la zona, Lugo y Ourense- amilana la escena, lo más agitado es eso,  la imagen de un barco –Lugo Terra- cuando zigzaguea a capricho a modo de regalo para agasajar al turista de visita, es como si el entorno sucumbiera así a la presencia del extraño. Un paseo en catamarán es monótono, incluso insulso, la perspectiva es un continuo discurrir de laderas montañosas llenas de vegetación que se repiten; después de una hora y cuarto de viaje, toca el de vuelta.
 Desde la mitad de la cuenca cuesta imaginar cualquier atisbo de vida, desde lo alto también; superado el abismo natural, al fondo, en una elevada línea de horizonte, se perciben casas salpicadas a capricho, aldeas dispersas que se cuentan con los dedos, todo a merced de un escenario cuando menos grandioso. Cerredo, Alberguería, Parada Seca, Loureiro, Vilouxe reza en un mapa, pero no resulta fácil buscarles acomodo en un horizonte distante. Desde lo alto del mirador son casi 600 metros los que nos separan del Sil, en una perspectiva imposible de la que cuesta imaginar cómo el sacrificio de los paisanos pudiera hacer factible subir semejante ladera aferrados a sus frutos.  Aun así, desde allí, Suso Verao insiste, es lo que tienen en común quienes de la infancia han vivido y sufrido otra forma de vida. El paso del tiempo muda también abrazado a la nostalgia y todo escenario de lo ya vivido puede resultar mitificado. A pie de mirador trata de situar el colado, esa planicie ahora imaginada sobre los caminos de antaño,  a modo de campo base donde las vacas o las caballerías aguardaban por la uva transportada desde el fondo de la finca hasta la cima. “Poidera ser eiquí, ou alí”, él mismo reconoce que los cambios ejecutados en el entorno, hoy pistas forestales, han mudado la fisonomía de un terreno que se vuelve irreconocible a los ojos de la memoria. Lo mismo acontece con los senderos imaginarios a proyectar desde la cima para hacerse con un camino hacia la finca, una tupida amalgama de huces, zarzas y ramajos y el brotar de la primavera se han apoderado de todo. No hay sendero posible, y si lo hay, la labor de desbroce es mayúscula. Restos de árboles calcinados evidencian los persistentes castigos que sufre el paisaje galaico, incluso donde semeja sublime. Aun así, Suso insiste.








Trabajar la viña

  Con Suso, la cita es en Sober, un pequeño pueblo lucense de buenas rehabilitaciones  al que la viticultura le ha aportado razones. De allí, en coche hasta el embarcadero de Os Chancís, son 10 minutos. Antes pasaremos por la siempre recomendable ruta de los molinos del Xabrega, perfectamente restaurados. Desde la distancia, desde la  N-120 o desde Castro Caldelas hacia los Peares, una de las impresiones más indescriptibles es ver esos paisajes vinícolas a modo de teselas sobre socalcos que desafían el vértigo.
En el embarcadero se custodian un puñado de barcas a motor, algunas para que los viticultores salven el río del aislamiento de sus fincas, la mayoría –duele reconocerlo- están ya abandonadas.  De las pocas experiencias medioambientales positivas desde la construcción del embalse, ésta, bien residual, es una de ellas.  La recuperación del sector vitivinícola en la zona de Sober, Doade, A Teixeira, ha mudado la fisonomía de estas laderas sacrificadas entre bancales y angostos desniveles donde las vides son protagonistas. Desde la apuesta de las nuevas bodegas la fisonomía, los accesos y la vinificación han simplificado el trabajo siendo posible acceder en coche o tractor hasta las propias fincas, sin embargo algunas fincas se aferran, por diversos motivos, a la épica. Y resistirán mientras pequeños viticultores, acostumbrados desde niños al esfuerzo y a una “tradición familiar” insistan en ello.




  Suso Verao, maestro hoy jubilado, antiguo viticultor y apasionado del terruño, cuenta que desde el fondo de la finca hasta la cima cinco “pousas”, son las que medían o separaban las distancias, cada pousa era el lugar habilitado para el descanso. Hora y cuarto era el tiempo que llevaba subir una carga de uvas hasta el colado, a lo largo del día, a lo sumo pudieran ser tres. Mitificado sí, pero en dureza.
En A Cividade finca, Brais Verao, sobrino de Suso, propietario de la bodega –Adega Verao- y José Ramón, el padre, se aferran en el cuidado y en los fitosanitarios a dar para que la planta no sucumba, el vino es caprichoso y si no se le atiende como debe la cosecha será minúscula. La mañana es soleada, estas viñas quedan muy bien orientadas al sol del mediodía donde las temperaturas se vuelven elevadas. A Suso le queda la vinculación sentimental con la bodega familiar, no la propiedad, aunque hay “propiedades” que no se pierden nunca. Las heladas en una zona de tanto abrigo no llegan y eso es una alegría en un año tan criminal en el sector. Pero antes tampoco hacía falta tratar el mildiu ni el oídio y ahora sin azufre ni sulfatos una finca ya no sería. A Brais uno lo encuentra en la cima, jugando con su móvil, un entretenimiento absurdo en medio de semejante marco, antes ha recorrido cada una de las vides; José Ramón, fumiga con azufre polvoriento la parte baja de las vides, allá donde el oídio ataca. Dicen que es el mejor antiséptico.
Nunca vuelvas al lugar del crimen, pero sí, así volvemos a la escena del crimen, al embarcadero de Os Chancís para alcanzar el mismo escenario glorioso que en tiempos de vendimia nos acercó a través de las aguas hasta una bella viña que responde al mismo topónimo de A Cividade. Tres kilómetros nos separan de la finca, el viaje en barca es distinto al del catamarán, más si los tripulantes son generosos y te trasladan a capricho. Además, la cita de servidor es de puro deleite, compartir un almuerzo bajo un recoleto galpón erigido a modo de refugio que en un mediodía de mayo caluroso se agradece. José Ramón hace rato que tiene las brasas listas, la vianda vendrá en un rato. Empanada, churrasco de ternera, y vino de A Cividade, incluido el elaborado con las uvas de la finca recién presentado.





  Una cuenta pendiente sentimental desde la pasada vendimia en A Cividade y que tendrá continuidad espolvoreada en otros relatos. Aquí la arquitectura del paisaje de los viñedos se vuelve filigrana, asaetando las panorámicas hasta cursarles nervio.  A los turistas les causa gracia, curiosidad ociosa el contemplar a los labriegos aferrados a un terruño que se les escapa, a uno, asombro, al que no se le acerca ningún otro adjetivo que no sea el de heroicidad. Sobre el terreno unas vides que no tienen tierra, entre guijarros e improvisados senderos que nos permiten transitar entre ellas y subir hasta la cima, eso sí, sin despistes. El vino así sabe a gloria, y nunca mejor dicho. Insiste, Suso, por favor.

* Publicado en La Región 4/06/2017

1 jun 2017

“Cartas a Milena”, Kafka enamorado #Iconos

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Imagen: Franz Kafka (1906)

El día es tan corto. Transcurre y termina con usted, y fuera de usted sólo hay unas pocas nimiedades. Apenas me queda un rato para escribirle a la verdadera Milena”.
De las cartas de Kafka a Milena, sólo conocemos las del escritor, bello testimonio de un ser enamorado, desde el marco inquebrantable de la enfermedad.
   Franz Kafka (Praga, 1883; Austria, 1924) era un apasionado del arte de la misiva, lo demostró con Felice Bauer, la joven con la que estuvo prometido, cuya relación se rompió en 1917; justo después enferma de tuberculosis.
Franz Kafka (1906).

La periodista y traductora Milena Jesenská (Praga, 1896-Ravensbrück, 1944) fue la única mujer a la que Kafka amó apasionadamente, pero a su manera. Se conocieron en un café de Praga, en presencia de otros escritores entre los que se encontraba Ernst Pollak, su marido. Ella lo admira, le hace sentirse divino, le pide ser su traductora al checo. El matrimonio de Milena no va y además la humilla; aún así resiste. La afamada correspondencia tendrá lugar entre 1920 y 1922, al principio promete.
   Tratando de aminorar la enfermedad el escritor está recluido en un balneario, en Merano. Ella le pide que vaya a verla a Viena, una petición que al autor de Metamorfosis le hace revivir los miedos del pasado. “Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los caminos, quiere darme ánimos”. Kafka se llena de miedos, miedo al fracaso, inseguridad al sexo, a la enfermedad que lo carcome. Se ven en Viena, pero la cosa no prospera, no así la línea espistolar que adquiere muchos enteros. Ella no está dispuesta a dejar a un marido que la engaña. Un Kafka enamorado se adhiere a la plática lastimera del desconsuelo, se ha de conformar con las cartas. “Es tan lindo haber recibido tu carta y tener que responderla con este cerebro insomne”. Tal vez, en la escritura noctámbula, sea el lugar donde encuentra mejor acomodo. Un amor así, distante, platónico, sincero. “El día es tan corto. Transcurre y termina con usted, fuera tan sólo hay unas pocas nimiedades”, escribe. Así, hasta la muerte. Ella, como periodista, escribe un bello obituario, y se separa de su marido. “Tímido, retraído, suave, amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar”.

*Publicado en La Revista 1/06/2017

11 may 2017

Mujeres y soledad, en Cesare Pavese

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Imagen: Cesare Pavese y Constance Dowling (1950)

Lo de Cesare Pavese ( Santo Stefano Belbo,1908- Turín, 1950) con el sexo femenino asemeja infortunio. No tuvo mujer, pero hubo  mujeres en su vida, empezando por su madre, mujer autoritaria y dominante, a la que odiaba tanto como la quería.
  Era un ser extraño, contradictorio. Amaba a las mujeres, y las aborrecía, algunos de sus textos rezuman misoginia, “Todos encontramos una puta en el transcurso de nuestra vida, y son poquísimos los que encuentran una mujer y les sea honesta”, escribe en su imponente ejercicio “Oficio de vivir”, donde asume que “la vida es un oficio, es decir, un trabajo”.

Constance Dowling y Cesare Pavese.

Sus encuentros con el sexo opuesto fueron puro desatino. Desde su adolescencia, cupido siempre le dejó las flechas a sus pies, sin ser correspondido; su disfunción sexual tampoco ayudó demasiado. En los años treinta se enamora de Tina, “la mujer de la voz ronca”, estudiante de matemáticas y amante de un activista encerrado entre rejas del Partido Comunista en tiempos de Musolini, Altiero Spinelli. Pavese acepta que su casa sea destino de las misivas del activista. La policía encuentra las cartas y él acaba en prisión primero, y luego en el exilio. Desde la cárcel escribe en su diario, “Mi historia con ella no está hecha de grandes escenas... Es atroz este sufrimiento”. Pavese imagina amoríos, intercede pensando sacar algún rédito, y sufre por ellos. Así hasta la muerte, guiado por ese enamoramiento nunca correspondido. Al salir de la cárcel busca a su amada Tina, en Turín descubre que ésta se ha casado con otro. Suma razones en su fervor misógino.
   Pavese es un entomólogo de sí mismo, lo demuestra en “Oficio de vivir”, un ejercicio de escritor impenitente, donde a modo de desfogue escruta su vida, en segunda persona, recriminándose por lo que le sucede o por lo que hubiera de sucederle a condición de haber actuado de otra manera.
   “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos... serán una vana palabra, un grito acallado, un silencio”, reza el poema -1950- a su último amor, Constance Dowling, la actriz, también le abandona. La habitación 346 del Albergo Roma se llena así de desesperanza. Por su imaginación desfilan todas sus mujeres desnudas, las odia. Se va sin el fragor de la piel de una mujer que le sirviera de goce. Era el 27 de agosto de 1950, dos tubos de tranquilizantes le ayudarán a despedirse de su soledad.

* Publicado en La Revista 11/05/2017

3 may 2017

Eskorbuto, una “Historia triste” #Iconos

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Imagen: Eskorbuto, por Juantxu Rodríguez, 1984.

En los 80 Bilbao era una pátina negruzca de mimbres de acero. El horizonte se escrechaba con el sol de fondo en el ocaso, mientras, en las barricadas los obreros de Euskalduna resistían para no morir. En aquel escenario de reconversiones el punk se aferraba a la vida de los jóvenes que entonaban la melodía para sucumbir al miedo. Si los ingleses empleaban el “No Future”, desde Santurce, un trio de nihilistas sin comparanza se esforzaban por vociferar su rabia “Anti Todo” como mejor síntesis de vida.
   Eskorbuto, Juanma Suárez, Iosu Expósito, Pako Galán, eran hijos de la emigración -gallega- que desde la mugre de cemento de los altos Hornos oteaban la otra orilla del Nervión y se aferraban así al destino. Eskorbuto, junto con Rip o Cicratiz formaron parte de una entente nihilista y acelerada, con la marejada de fondo de las drogas que les ayudó a resistir a las tres bandas hasta quedar después como restos de un barco varado en la orilla. De todos ellos, Eskorbuto fue el más imprevisible, el más punk, y así lo interpretaron, sin otro meandro que su propia vida.


Conscientes de que el punk era desafío y provocación, sus letras no eran inferiores a su estética de ultratumba, de pelos en punta, imperdibles y guitarras aceleradas. Si en Marshall McLuhan el medio es el mensaje, ellos lo serían todo a través de su piel. El nombre de la banda les venía al pelo, Eskorbuto, por su propio aspecto de cuerpos enfermos; los chicos vomitaban y escupían con la rabia de quienes sostienen un endeble porvenir entre los dientes. La crudeza de los ochenta no tenía parangón, el desafío vital gestado por sus progenitores se fundía como el metal incandescente y para siempre, pero ellos estaban para entonar la desolación.
   Mientras, en las fiestas de Bilbao, se apropiaban de sus lemas más populares, “Mucha policía, poca diversión”, a ellos, en Madrid, -4 de agosto de 1983- les detienen y les aplican la Ley Antiterrorista al supervisar el contenido de las canciones en forma de maqueta. Desde las Gestoras Proanmistía les ningunean sustento y eso, a la banda, lejos de amedrentarlos les da combustible. “A la mierda el País Vasco”, “Anti Todo”, Eskorbuto lo serían hasta el final. Su discografía no tiene desperdicio, sus vidas tampoco: sociología del desamparo. Juanma y Iosu murieron en 1992, sus restos reposan. por supuesto, en Santurce, y con mucha vida, de la otra.

*Publicado en La Revista 3/05/2017

30 mar 2017

Louis Aragon y Elsa Triolet, esos ojos #Iconos #Larevista

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Imagen: Elsa Triolet y Louis Aragon
Autor: Raoul Saguet, 1960.


Y sucedió que el mundo bajo la tarde excelsa/ rompiéndose en arrecifes de pérfidos fanales/ en tanto yo veía desde los litorales/ sobre lívidas ondas brillar los ojos de Elsa.”
   Elsa Triolet (Moscú, 1896- Saint-Arnoult-en-Yvelines, 1970) y Louis Aragon (París, 1897-1982) se conocieron en París, en el café “La Coupole”, lugar de artistas y escritores. Ella, mujer cosmopolita, hija de familia judía de posibles, amiga del poeta Mayakovski, en París desde 1919, unida en fallido matrimonio a André Triolet; él, con su secreto bajo el brazo, el de ser hijo no reconocido de un diplomático, Louis Andrieux, que le otorga el sobrenombre de Aragón, por haber sido ese uno de los destinos y no ofender así en demasía a la familia. Aragon es un ejemplo de la Francia del momento, precursor del surrealismo, hasta que muda la escritura automática por la visceralidad, el mensaje resistente ante la Francia ocupada.
   Se casan en 1939, después de “Buenas noches, Teresa”(1938), la primera novela en francés de Triolet; él andaba ya en una suerte de realismo de denuncia, “Los bellos barrios”, “Los viajeros de la Imperial”. Ella gana el Concourt (1944), por una serie de relatos, “El primer enganche cuesta doscientos francos”, sobre el desembarco aliado.
                                        Raoul Saguet, 1960.

   A él la guerra y la ocupación lo hacen volver a la poesía, a un lirismo apasionado hacia Elsa y hacia su país; poemas populares, por su simpleza y fácil adaptación al canto. “Los Ojos de Elsa” (1942) tienen guiños surrealistas, pero sobre todo un alarde de personaje enamorado, en un decir marcado por la emoción del verso, que cobra forma de himno y alegato patriótico aunque sin perder el misterio ni el enigma que contienen, nada que ver con “La Diana Francesa” (1945), donde el amor de resistente es un patriotismo que sin ofender resta credibilidad al mensaje.

Y es que ambos, además, se aferraron al comunismo militante, razón que les haría viajar más tarde al entonces bloque socialista y alejarse de la crítica, incluso cuando el general Vitaly Primakov, marido de su hermana Lilia Brik, es ejecutado. Pero volviendo al poemario, que no sería el único a su amada, entre otros “Loco por Elsa” (1963), ella sería siempre su musa, en un camino cargado de bondad y belleza, pero sin renunciar al oficio, al poema como si fuera un artefacto, que debe decir y arrasar, “Yo calciné mis dedos en su fuego prohibido”. Pues eso.

*Publicado en La Revista 30/03/2017

19 ene 2017

Gerda Taro. la sombra de Capa #Iconos

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Imagen: Madre e hijo, en la Guerra Civil (1937).
Autor: Gerda Taro.

Gerda Taro


Más atractiva que guapa, decían, una belleza cargada de elegancia. Gerda Taro (Gerta Pohorylle), había nacido en 1910 en Stuttgart. Huyendo del nazismo y la sinrazón llega a París, en 1933. allí se integra entre refugiados y sobrevive ejecutando varios trabajos. Le ayuda un determinante espíritu antifascita.
   En 1934 conoce a un joven  húngaro, André Friedmann -Robert Capa- judío como ella y tres años menor; ambos se enrolan en una aventura vital y sentimental. Los veinte años y la ambición por conquistarlo todo hacen el resto; la fotografía les servirá de salvoconducto. Él le enseña el oficio, ella desempeña tareas organizativas, todo un auténtico manager, al tiempo que se incorpora también a Alliance Photo.
   1936, un periodo corto pero definitivo en su carrera. Estalla la Guerra Civil en España. Los primeros reportajes los realizan juntos, incluso firman de la misma manera, “Capa”, nada extraño, ella había sido la ideóloga del sobrenombre. Hay una diferencia estética, compositiva, mientras él trabaja con una Leica de 35mm ella lo hace en formato cuadrado de una Rolleiflex; fácil de distinguir.
Los primeros meses en el frente siguen juntos, la llegada de los falangistas a Málaga; las calles de Barcelona; el frente de Aragón; las dificultades de la población civil en la zona de Córdoba; el cerco de Madrid y la batalla de Guadalajara. El 26 de abril los fascistas bombardean Gernika y Capa se traslada a Bilbao. Mientras, ella cubre el Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, en Madrid, para entonces ya gasta amistad con .
   Su oportunidad le llegará en julio de ese mismo año, tiene la oportunidad en exclusiva de cubrir la victoria de los republicanos, y el final. Firmará en solitario como “Taro”, y sus fotografías serán publicadas en “Regards”, dejando para la posteridad el marchamo de su buen hacer. Sus fotos muestran la proximidad que reivindicaba Capa, también sus riesgos. En Brunete, en la huida del ataque de las tropas franquistas, encaramada a un vehículo de milicianos heridos, un tanque republicano que también buscaba mejor acomodo ante el acoso de la aviación, golpea el coche, tirando a Gerda y pasando sus cadenas por encima. Trasladada a un hospital en el Escorial, fallece el 26 de julio. En breve hubiera cumplido 27 años.

*Publicado en La Revista 18/01/2017

5 ene 2017

Sylvia Plath, alma de tormento #Iconos

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Imagen: Sylvia Plath, para LIFE.

Sylvia Plath, LIFE


En 1981 los “Poemas reunidos de Sylvia Plath” editados por Ted Hughes, quien años atrás fuera su marido y su tormento, obtienen un premio Pulitzer a título póstumo.
   Sylvia Plath (Boston, 1932- Londres, 1963) poetisa en la denominada corriente confesional -junto a Anne Sexton- había sido una persona atormentada y perfeccionista en lo poético. A los 19 años coquetea por primera vez con el suicidio, una ingesta de tranquilizantes tan sólo consiguen que pierda el conocimiento. Los electroshocks y una terapia adecuada la hacen regresar despué a la normalidad. Lo cuenta en “La campana de cristal¨, novela autobiográfica, con Esther Greenwood, su alter ego, de protagonista; allí los fantasmas de la depresión, la inestabilidad emocional, pululan en un cuerpo de escritura de corte poético.
   La escritura de diarios, la poesía narrativa es puro ejercicio de oficio; también lo vivencial, a su padre, un profesor universitario de origen alemán, muerto en plena juventud, causante en parte también de su enfermedad, le dedica “Daddy”, un personaje caracterizado de antisemita y ario.
   Estudiante brillante. Una beca Fulbright la lleva hasta Cambridge, donde Ted era profesor y solvente poeta, allí se conocen. Se casan en 1956. De 1957 a 1959, la pareja se traslada a los Estados Unidos, al Smith College, donde Plath dio clases. Allí también descubre a su marido flirteando con una joven estudiante; la infidelidad, otra constante. Una vez queda embarazada la pareja regresa al Reino Unido. Tienen dos hijos, Nicholas y Frieda, y un aborto, sus poemas hacen referencia al hecho. La pareja se separa, entre otras causas, por la aventura amorosa de Ted con una poetisa, años después también suicida, Assia Wevill.
   Casi sobra decir que el 11 de febrero de 1963, con el desayuno de sus hijos en la mesa, Sylvia, abrió la espita del gas e introdujo la cabeza en el horno. Desde entonces Ted se hizo cargo de sus poemarios, de sus escritos y de su conciencia, que de vez en cuando le administraba relámpagos. Muchos de aquellos escritos fueron destruidos, para no dañar a sus hijos, dijo. Aunque casado, y con infinidad de amantes, poco antes de morir Ted publica “Cartas de cumpleaños”, un poemario dirigido a Sylvia, donde desvelaba aquellas tristes horas que rodearon la muerte de la poetisa. Sobra decir también que nunca respiró tranquilo.

* Publicado en La Revista 5/01/2017

Envolturas de silencio

E l invierno envuelve cada rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un escenario de aventura. Todo es ...