21 jun 2017

Anita Pallenberg, el diablo y los Stones #Iconos

Iconos

Imagen: Anita Pallenberg.

Anita Pallenberg ( Roma, 1942; Reino Unido, 2017) se subió al caballo salvaje de los Roling Stones cuando estos eran unos potrillos, fue ella  quien les aportaría, como vulgarmente se suele decir, la sal y la pimienta.
   Finales de los años sesenta. La experimentación, la sicodelia, el hipismo y las drogas se agitaban a partes en la coctelera de muchas bandas. A los Stones se acercó una joven menuda y dispuesta, de pelo rubio, pelín aniñada y cara de diablura. “Sabía de todo y lo podía decir en cinco idiomas”, diría de ella años más tarde en una entrevista Keith Richards.


   No sabemos qué sería de los Rolling Stones si no hubiera entrado en contacto con ellos esta diseñadora, modelo, actriz, groupie y musa de rockeros, pero sí  que gran parte de su descaro y personalidad surgió a partir de ella, también su lado más atractivo y peligroso, hasta el punto que la parte administrativa y contable de la banda en más de un momento consideró que no era una compañía aconsejable.
   Hija de un músico italiano y de una secretaria alemana entró en contacto con los Rolling tras un concierto en Alemania, ella se dejó caer por el camerino y allí andaba un rubio alocado como Brian Jones al que que primero sedujo y con quien formó una pareja espectacular que triunfaba en todas las fiestas,  donde ellos eran en aquel momento el glamour necesario. Anita era puro nervio e inquietud pero su actitud gustaba a los Stones, respetaban sus decisiones y sobre todo una estética hasta entonces bien diferente. Sin estar adscrita al hippismo las influencias indumentarias de Anita recogían parte del legado, sobre todo lo más transgresor, sin ningún cajón estanco. Los dos años en los que se relacionó con Jones fueron una banda sonora encendida que remató mal, sobre todo para Jones, malos tratos, drogas, expulsión de la banda que había fundado, y una muerte sospechosa en su propia piscina, en 1969.

Keith Richards y Anita Pallenberg. Londres 1973, por Frank Barratt.

   Gran parte del distanciamiento entre los Stones estuvo motivado por Anita, que dos años atrás. camino de Tánger, sucumbió a los encantos de Keith Richard cuando éste era todo inocencia. Como ocurrió con Jones, la influencia estética fue notable, Keith, de un mismo tallaje que anita, acabó vistiendo la propia ropa de ella. La pareja (1967-1980) tuvo tres hijos, Marlon, Angela y Tara. Dicen que los contorneos de Mick Jagger, coprotagonista de una película como Performance junto a Anita, parten de sus influencias. Que también dieron lugar a insinuaciones sobre una supuesta relación.

   Entre los protagonismos, lo musicales. Un disco importante como Beggars Banquet (1968) fue remezclado por sus críticas. Aunque sus participación más tangible es en “Sympathy for the devil”, donde hace coros. “Coming down again”¨la escribió Richards pensando en ella, también “Wild horses” le tiene a ella, a Anita, y a Marianne Faithfull, novia de Jagger, como musas inspiradoras. Eran los Stones de una época, la más salvaje, la más añorada. Justo la que recordamos ahora que nos enteramos de su muerte.

5 jun 2017

En manos del Sil #Sober #RibeiraSacra


    En la Ribeira Sacra el paisaje es el que le toma las medidas a uno,  lo pone en su sitio; pocas veces la figura humana puede resultar tan insignificante. En la mitad del cauce la calma parece que se eleva y se precipita desde el cielo; desde lo alto, desde el mirador de A Cividade (Bolmente, Sober) lo que de verdad se desplaza es la mirada, viajando entre las vertientes hasta encajar al Sil tras una larga cola de serpiente. El río, ancho, desde que se hizo embalse, es un plato. Cuesta imaginar cómo sería antes, un río de vida del que se intuyen aún las pegadas de las pesquerías, porque  aquí se pescaban lampreas, salmones y truchas.  El Sil aun así es de postal, dibujado entre meandros y cañones que responden a una convulsión tectónica, la erosión milenaria hizo el resto.



Desde el mirador

  El mirador de A Cividade -uno de los 15 construidos en la Ribeira Sacra, entre Lugo y Ourense-  obra de la arquitecta Isabel Aguirre arranca desde la ladera; me dicen que el proyecto original se proyectaba cuatro metros más allá, sobre el vacío, de éste lo que más sorprende es su anchura, tamaño carretera; aun así la visión es fantástica. Desde otro mirador próximo, el de Boqueiriño, uno de los más frecuentados, al que hay que llegar entre pistas y mucha imaginación, la visión es estupenda. En la vertiente de la montaña de enfrente  -desde la distancia una figura minúscula- una joya de la arquitectura sagrada, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, que destaca entre la frondosidad de sus castaños; en el otoño se distinguen infinidad de “sequeiros”, la mayoría abandonados.  La foresta de la Ribeira Sacra es generosa, junto a especies de clima mediterráneo, alcornoques, madroños, encinas, proliferan otras como los castaños ya citados, robles o abedules. El paisaje también nos desvela muchas albarizas, construcciones en piedra para evitar que la miel fuera a parar a la boca del oso.


Un mar en silencio

  En el Sil todo es silencio, o casi. De cuando en vez un catamarán de recreo–de los varios que tienen las concesionarias en la zona, Lugo y Ourense- amilana la escena, lo más agitado es eso,  la imagen de un barco –Lugo Terra- cuando zigzaguea a capricho a modo de regalo para agasajar al turista de visita, es como si el entorno sucumbiera así a la presencia del extraño. Un paseo en catamarán es monótono, incluso insulso, la perspectiva es un continuo discurrir de laderas montañosas llenas de vegetación que se repiten; después de una hora y cuarto de viaje, toca el de vuelta.
 Desde la mitad de la cuenca cuesta imaginar cualquier atisbo de vida, desde lo alto también; superado el abismo natural, al fondo, en una elevada línea de horizonte, se perciben casas salpicadas a capricho, aldeas dispersas que se cuentan con los dedos, todo a merced de un escenario cuando menos grandioso. Cerredo, Alberguería, Parada Seca, Loureiro, Vilouxe reza en un mapa, pero no resulta fácil buscarles acomodo en un horizonte distante. Desde lo alto del mirador son casi 600 metros los que nos separan del Sil, en una perspectiva imposible de la que cuesta imaginar cómo el sacrificio de los paisanos pudiera hacer factible subir semejante ladera aferrados a sus frutos.  Aun así, desde allí, Suso Verao insiste, es lo que tienen en común quienes de la infancia han vivido y sufrido otra forma de vida. El paso del tiempo muda también abrazado a la nostalgia y todo escenario de lo ya vivido puede resultar mitificado. A pie de mirador trata de situar el colado, esa planicie ahora imaginada sobre los caminos de antaño,  a modo de campo base donde las vacas o las caballerías aguardaban por la uva transportada desde el fondo de la finca hasta la cima. “Poidera ser eiquí, ou alí”, él mismo reconoce que los cambios ejecutados en el entorno, hoy pistas forestales, han mudado la fisonomía de un terreno que se vuelve irreconocible a los ojos de la memoria. Lo mismo acontece con los senderos imaginarios a proyectar desde la cima para hacerse con un camino hacia la finca, una tupida amalgama de huces, zarzas y ramajos y el brotar de la primavera se han apoderado de todo. No hay sendero posible, y si lo hay, la labor de desbroce es mayúscula. Restos de árboles calcinados evidencian los persistentes castigos que sufre el paisaje galaico, incluso donde semeja sublime. Aun así, Suso insiste.








Trabajar la viña

  Con Suso, la cita es en Sober, un pequeño pueblo lucense de buenas rehabilitaciones  al que la viticultura le ha aportado razones. De allí, en coche hasta el embarcadero de Os Chancís, son 10 minutos. Antes pasaremos por la siempre recomendable ruta de los molinos del Xabrega, perfectamente restaurados. Desde la distancia, desde la  N-120 o desde Castro Caldelas hacia los Peares, una de las impresiones más indescriptibles es ver esos paisajes vinícolas a modo de teselas sobre socalcos que desafían el vértigo.
En el embarcadero se custodian un puñado de barcas a motor, algunas para que los viticultores salven el río del aislamiento de sus fincas, la mayoría –duele reconocerlo- están ya abandonadas.  De las pocas experiencias medioambientales positivas desde la construcción del embalse, ésta, bien residual, es una de ellas.  La recuperación del sector vitivinícola en la zona de Sober, Doade, A Teixeira, ha mudado la fisonomía de estas laderas sacrificadas entre bancales y angostos desniveles donde las vides son protagonistas. Desde la apuesta de las nuevas bodegas la fisonomía, los accesos y la vinificación han simplificado el trabajo siendo posible acceder en coche o tractor hasta las propias fincas, sin embargo algunas fincas se aferran, por diversos motivos, a la épica. Y resistirán mientras pequeños viticultores, acostumbrados desde niños al esfuerzo y a una “tradición familiar” insistan en ello.




  Suso Verao, maestro hoy jubilado, antiguo viticultor y apasionado del terruño, cuenta que desde el fondo de la finca hasta la cima cinco “pousas”, son las que medían o separaban las distancias, cada pousa era el lugar habilitado para el descanso. Hora y cuarto era el tiempo que llevaba subir una carga de uvas hasta el colado, a lo largo del día, a lo sumo pudieran ser tres. Mitificado sí, pero en dureza.
En A Cividade finca, Brais Verao, sobrino de Suso, propietario de la bodega –Adega Verao- y José Ramón, el padre, se aferran en el cuidado y en los fitosanitarios a dar para que la planta no sucumba, el vino es caprichoso y si no se le atiende como debe la cosecha será minúscula. La mañana es soleada, estas viñas quedan muy bien orientadas al sol del mediodía donde las temperaturas se vuelven elevadas. A Suso le queda la vinculación sentimental con la bodega familiar, no la propiedad, aunque hay “propiedades” que no se pierden nunca. Las heladas en una zona de tanto abrigo no llegan y eso es una alegría en un año tan criminal en el sector. Pero antes tampoco hacía falta tratar el mildiu ni el oídio y ahora sin azufre ni sulfatos una finca ya no sería. A Brais uno lo encuentra en la cima, jugando con su móvil, un entretenimiento absurdo en medio de semejante marco, antes ha recorrido cada una de las vides; José Ramón, fumiga con azufre polvoriento la parte baja de las vides, allá donde el oídio ataca. Dicen que es el mejor antiséptico.
Nunca vuelvas al lugar del crimen, pero sí, así volvemos a la escena del crimen, al embarcadero de Os Chancís para alcanzar el mismo escenario glorioso que en tiempos de vendimia nos acercó a través de las aguas hasta una bella viña que responde al mismo topónimo de A Cividade. Tres kilómetros nos separan de la finca, el viaje en barca es distinto al del catamarán, más si los tripulantes son generosos y te trasladan a capricho. Además, la cita de servidor es de puro deleite, compartir un almuerzo bajo un recoleto galpón erigido a modo de refugio que en un mediodía de mayo caluroso se agradece. José Ramón hace rato que tiene las brasas listas, la vianda vendrá en un rato. Empanada, churrasco de ternera, y vino de A Cividade, incluido el elaborado con las uvas de la finca recién presentado.





  Una cuenta pendiente sentimental desde la pasada vendimia en A Cividade y que tendrá continuidad espolvoreada en otros relatos. Aquí la arquitectura del paisaje de los viñedos se vuelve filigrana, asaetando las panorámicas hasta cursarles nervio.  A los turistas les causa gracia, curiosidad ociosa el contemplar a los labriegos aferrados a un terruño que se les escapa, a uno, asombro, al que no se le acerca ningún otro adjetivo que no sea el de heroicidad. Sobre el terreno unas vides que no tienen tierra, entre guijarros e improvisados senderos que nos permiten transitar entre ellas y subir hasta la cima, eso sí, sin despistes. El vino así sabe a gloria, y nunca mejor dicho. Insiste, Suso, por favor.

* Publicado en La Región 4/06/2017

1 jun 2017

“Cartas a Milena”, Kafka enamorado #Iconos

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Imagen: Franz Kafka (1906)

El día es tan corto. Transcurre y termina con usted, y fuera de usted sólo hay unas pocas nimiedades. Apenas me queda un rato para escribirle a la verdadera Milena”.
De las cartas de Kafka a Milena, sólo conocemos las del escritor, bello testimonio de un ser enamorado, desde el marco inquebrantable de la enfermedad.
   Franz Kafka (Praga, 1883; Austria, 1924) era un apasionado del arte de la misiva, lo demostró con Felice Bauer, la joven con la que estuvo prometido, cuya relación se rompió en 1917; justo después enferma de tuberculosis.
Franz Kafka (1906).

La periodista y traductora Milena Jesenská (Praga, 1896-Ravensbrück, 1944) fue la única mujer a la que Kafka amó apasionadamente, pero a su manera. Se conocieron en un café de Praga, en presencia de otros escritores entre los que se encontraba Ernst Pollak, su marido. Ella lo admira, le hace sentirse divino, le pide ser su traductora al checo. El matrimonio de Milena no va y además la humilla; aún así resiste. La afamada correspondencia tendrá lugar entre 1920 y 1922, al principio promete.
   Tratando de aminorar la enfermedad el escritor está recluido en un balneario, en Merano. Ella le pide que vaya a verla a Viena, una petición que al autor de Metamorfosis le hace revivir los miedos del pasado. “Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los caminos, quiere darme ánimos”. Kafka se llena de miedos, miedo al fracaso, inseguridad al sexo, a la enfermedad que lo carcome. Se ven en Viena, pero la cosa no prospera, no así la línea espistolar que adquiere muchos enteros. Ella no está dispuesta a dejar a un marido que la engaña. Un Kafka enamorado se adhiere a la plática lastimera del desconsuelo, se ha de conformar con las cartas. “Es tan lindo haber recibido tu carta y tener que responderla con este cerebro insomne”. Tal vez, en la escritura noctámbula, sea el lugar donde encuentra mejor acomodo. Un amor así, distante, platónico, sincero. “El día es tan corto. Transcurre y termina con usted, fuera tan sólo hay unas pocas nimiedades”, escribe. Así, hasta la muerte. Ella, como periodista, escribe un bello obituario, y se separa de su marido. “Tímido, retraído, suave, amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar”.

*Publicado en La Revista 1/06/2017

Envolturas de silencio

E l invierno envuelve cada rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un escenario de aventura. Todo es ...