22 dic 2016

Pepe Espaliú, un artista en la topera #Iconos

Iconos

Imagen: Pepe Espaliú, "Carrying"

 Escultor en la topera, se decía. “Nosotros los homosexuales, hemos sido obligados a inventarnos un mundo paralelo, construido a partir de nuestro nodo peculiar de entender sus leyes, sus instituciones, sus creencias y su forma de concebir el amor”. Escribía el artista cordobés Pepe Espaliú (1955-1993) en el diario "El País", diciembre del 92, en un artículo que estremece bajo el título de “Retrato del artista desahuciado”.
Pepe Espaliú, en  “Carrying”

 Años de plomo -los 80- para la homosexualidad, la enfermedad del Sida estigmatizó a un colectivo diezmado a golpe de maleficio. Pepe Espaliú fue un artista sensible, de familia de orfebres, letra herido aferrado a la poética y a la pintura primero, a la escultura y al arte performativo al final, cuando ya se sabía rehén del maligno, que ligaba su porvenir a una muerte próxima. El sida lo precipitó a un pozo, y la homosexualidad -entonces tan vilipendiada- a una “Topera laberíntica” que con el tiempo retomaría para sí en causa de resistencia. Artista polifacético y cosmopolita, de buena familia, algo que como todos sabemos, no fue ni es salvoconducto para la liberación de un mal que causó tanto daño. Entre 1986, hasta el final de sus días, evoluciona su arte entre París, Nueva York, Venecia y Amsterdam, adquiriendo matices y transcendencia internacional. A la altura de Juan Muñoz, su amigo.

 Sus primeras pinturas reflejaban mundos inquietos, cuasi mágicos, propios de un reino de juventud aferrado a los sueños. Los dibujos siempre estuvieron alineados a una sencillez formal, casi como sus esculturas de los últimos tiempos, de corte conceptual, sintetizadas al máximo en un minimalismo deseoso de gritar de intención. Sus afamadas jaulas, o su catálogo de muletas que clamaban ayuda. Tiempos duros, sin duda. En 1991, el sida lo abrazo.
 El primer “Carrying” fue en Donosti, en 1991. Ese día llovía y todo era desapacible. El artista estaba ligado a Arteleku, una institución de mucha vida. Él programa una performance filmada que requiere porteadores que lo eleven, “nunca me he sentido más cerca de Dios”, dijo. Algunos porteadores se repetían; meses después, en Madrid, sobraban. Aquella segunda vez, entre las Cortes y el Reina Sofía, aún sigue en nuestras retinas. 
*Publicado en La Revista 22/12/2016

8 dic 2016

El último jardín de #David Hamilton #Iconos

   Iconos

       Imagen: David Hamilton.


    Está muerto. David Hamilton (Londres, 1933-París, 2016) se ha suicidado, dicen. Múltiples conciencias han atribuido causa efecto. La revelación de la presentadora francesa Flavie Flament, en su novela autobiográfica “Consolation”, aunque sin citarlo expresamente, de haber sido violada. No ha hecho falta más anuncio, ni incidir en el “respeto a la presunción de inocencia”, reclamado por el artista.
   Otros tiempos, finales de los 60, principios de los 70. Hamilton se convertiría en un fotógrafo fetiche que crearía escuela, y legión de seguidores. El británico afincado en Francia desde los 20 años se inició como escaparatista y después director artístico de Elle, antes de afrontar una brillante carrera en solitario. Reclutaba féminas impúberes de las manos de sus padres que acudían a su casa estudio de Ramatuelle, en Saint-Tropez, buscando una progresión, a sabiendas que los contenidos de Hamilton, no eran inocuos, ni siquiera recomendables. El inglés era -ya entonces- un pornógrafo con la sofisticación técnica de quien sabe experimentar con la imagen y adentrarse en territorios de la mente humana, mayormente masculina en este caso. Una de aquellas madres anestesiadas por el éxito fulgurante, la carrera brillante y el dinero fácil, era la de Flavie Flament, quien no comparte la versión de la supuesta violación de su hija.
   El universo de Hamilton en los ochenta era sugerente y atractivo, y de gran éxito comercial por todo aquel ejercicio de representación a través de adolescentes, rubias y de procedencia nórdica. Luces difuminadas, ambientes íntimos, mujeres con sedas vaporosas correteando por el jardín de la casa. Fotos cargadas de deseo en la mente de su ejecutor, en la pléyade de consumidores que se lanzaban al quiosco cada vez que lanzaba un título, “Rêves de jeunes filles”, 1971; “Les demoiselles d`Hamilton”, 1972; “Le danse”, 1972... Películas, vídeos, el universo Hamilton entraba en todas las casas, y televisiones. ¿Qué ha cambiado de todo ellos? ¿Qué nos hace ruborizarnos ante relamida sexualidad púber? Respuesta, los tiempos.
   David Hamilton imitaba a Degas, y a otros impresionistas. En el arte no hay santos, Gauguin era un pederasta, hoy de los más cotizados. Pasolini, Fellini, Bertolucci, tan criticado últimamente. El camino que separa el arte de la vida es espinoso. Y uno no es juez.

*Publicado en La Revista 8/12/2016

Envolturas de silencio

E l invierno envuelve cada rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un escenario de aventura. Todo es ...