25 feb 2016

J.D. Salinger y la mujer de Chaplin #Iconos

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Imagen: Oona O'Neill, en 1942.

Oona O'Neill, en 1942.


Mi madre se dedica a ligar y a deprimirse, mi padre vive en San Francisco. Veámosle el lado positivo: ¡soy la chica más libre de Nueva York!”, le dice Oona O'Neill a Jerry Salinger, no de cualquier manera, en voz de su propio personaje: “Oona y Salinger”, la recién editada novela del francés Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965), en unos diálogos imaginados entre quienes en un verano de 1940 fueron novios. Ella, hija de Eugene O'Neill, quien la abandonaría junto a su madre; él, el autor de “El guardián ante el centeno”(1951), crónica del vivir juvenil, cuyo éxito no superaría. Pero en 1940, aquel amor imposible y casto en medio de un frenesí noctámbulo y alcohólico atormentaría a Salinger.
 “Tengo que perderla para que permanezca inocente en mi recuerdo”, se decía para sí el futuro eremita, pero sus planes serían un fracaso.
En la novela transitan personajes reales de aquel campeonato improvisado de escritura, Truman Capote, Orson Welles, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, pululan entrelazados como quien quiere dar argumentos de vida a Salinger, el larguirucho personaje -21 años- que se enamora de la hija del ya Nobel, una jovenzuela guapa y pizpireta de 17 años, que, aunque, tímida se codea con lo más granado de la sociedad neoyorquina.
   Pero la actitud impávida de la chica ante el futuro azuza la estrategia a seguir. “¿Me esperarás?”,”Deja de gimotear, hombre, ¡pareces Scarlett O'Hara! Tratando en vano de impresionarla Salinger se alista voluntario en el ejército, y ella se dirige a Los Ángeles, en busca de una carrera artísitca. No le esperará. Desde el frente, después de arrastrarse por el fango de la contienda, le remitirá misivas. Él participa en el desembarco de Normandía y en la liberación de París; ella casi sin recordarlo se divierte en sus noches de vino y rosas. En una de ellas, después de cenar con Orson Welles terminaría éste en ejercicio de pitoniso por leerle la mano, fue sincero, “conocerás a un hombre mayor”. Así fue, se llamaría Chaplin, de 54 años. Juntos hasta el final, tendrían ocho hijos. A Salinger no le sirvieron de nada sus plegarias ni su arte.

* Publicado en La Revista 25/02/2016

19 feb 2016

Garganta Profunda, o el sexo XL #Iconos

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Imagen: Linda Lovelace, 1972.
Autor: En Garganta Profunda, de Gerard Damiano.

Lina Lovelace
 En San Genaro -“Cuéntame”- la peña anda revuelta, en la sala X de la calle del Pez se estrena “Garganta Profunda”. Se ubica el momento en 1984, cuando en España se aprueba la Ley Miró del cine; la cinta fue filmada en 1972, en Estados Unidos.
Una broma que se salió de madre, sólo así se entiende su alcance. Una joven descubre que el sexo le desconcierta, no es que no se excite, pero no como a ella le gustaría. Entra en escena el Doctor Joung, que descubre con sorpresa que su clítoris está ubicado en la garganta; el séptimo arte da con la piedra filosofal. El despertar sexual de la sociedad americana fue un despertar económico. Gran parte de ese negocio estaba en manos de mafiosos, esta película también. Butchie Peraino era un influyente miembro de la familia Colombo, presente en la ciudad de Nueva York. Sexo explícito con trama y aspecto de película; para ello cuenta con Gerard Damiano, un director de largos sin  miramientos. La trama para la película, protagonizada por Linda Lovelace (1949-2002) y Harry Reeems (1947-2013), fue ideada tras un encuentro casual del director con la actriz y su entonces marido Chuck Traynor, quien ejercía de chulo sin remilgos. El primer encuentro fue en el despacho del mafioso, el segundo, en un club de intercambio de parejas, donde descubrió la felación y el arte que  Linda desarrollaba. El rodaje fueron 10 días, en Florida, y la trama, una mujer que buscaba con decisión su orgasmo. En 12 de junio de 1972 la película se estrena en 300 salas. Aún así, la cosa no hubiera tenido más recorrido sin la intervención de dos protagonistas, un crítico, Al Goldstein, de Screw, quien la reseñó como la gran película porno; el otro, Richard Nixon, quien de la mano de sectores más conservadores trató de impedir sin éxito su difusión, aunque condenaran a Harry Reeems a cinco años de cárcel que no cumplió, entre otras razones por el apoyo de actores como Jack Nicholson, y o Gregory Peck a favor de la libertad de expresión.
Un talento mafioso como Frank Sinatra no dudaría en contar con Linda Lovelace y su marido proxeneta en sus fiestas. Butchie Peraino, vio cómo sus 24.000 dólares invertidos sumaron más de 600 millones. Y Nixon, no sólo no consiguió frenar la cinta, sino que al informante de su propio escándalo que provocó su cese se fijaría en la historia con el sobrenombre de la película.

*Publicado en La Revista 18/02/2016

Envolturas de silencio

E l invierno envuelve cada rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un escenario de aventura. Todo es ...