12 may 2014

Un café lleno de vida #Café Lehmitz# Anders Petersen#Iconos

Iconos

 Foto: Lilly and the Rose-cavalier, 1967.
Autor: Anders Petersen.

Anders Petersen.

Un remanso de paz y tranquilidad, sin duda. El Café Lehmitz, en el Hamburgo portuario de los sesenta, era lugar de encuentro entre aquellos que aspiraban a un afilado rápido en el cuchillo de la vida. Prostitutas, buscavidas, noctámbulos del porvenir, personajes con el sexo en una mano y la procura del elixir en la otra. Las paredes del local, con rotos visibles, estaban casi tan sucias como el propio suelo pisoteado; algún cuadro respiraba a media altura sin esperanza ni atención. A lo largo de la sala, entre mesas dispersas y bancos de respaldo donde los clientes podían reposar y sentir su intimidad imaginaria, una máquina de futbolín y otra de cigarrillos. Tras una inmensa barra repleta de taburetes, el compartimentado estante lleno de botellas expuestas completaban la escena.
En el local había sonoridad y desenfreno, cada cliente sabía a lo que iba; de cuando en vez, alguien arrojaba unas monedas sobre la juke box de la entrada y se trenzaba un baile lleno de parejas de ultratumba; también había peleas, que como la improvisada melodía de algún que otro cliente se ejecutaba con total naturalidad. Hasta el portuario café de submundo, un tugurio lleno siempre de personas gustosas de decantar la vida a lametazos, en 1967, se aproximó un joven sueco, cámara en ristre hecho en la naturalidad del retrato de ambientes turbios; hacía poco que había llegado a la ciudad dispuesto a aprender el idioma. Anders Petersen, discípulo del memorable documentalista sueco Christer Strömholm, se dejó caer y allí, con aquella tropa del fin del mundo, se implicó durante más de tres años. Con sus fotos, las primeras surgidas al azar, así lo cuenta, pues su cámara, quedó olvidada en una de las mesas y corrió de mano en mano de clientes que se fotografiaban entre sí, hasta que a la vuelta se anunció con una misión precisa: “Yo podría hacerlo mucho mejor”, no pretendía establecer discursos morales, ni despertar compasión, ante aquella troupe de románticos descarriados, transexuales, lesbianas, alcohólicos, prostitutas que hurgaban con sus dedos en los estertores de la vida, tan sólo pretendía documentarlo y dejar para la posteridad un legado igual de crudo que sincero. Cafe Lehmitz, su obra, quedó plasmada también en un libro imprescindible.

*Publicado en La Revista 11/05/2013.

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