El invierno envuelve cada
rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un
escenario de aventura. Todo es silencio en este bosque sentimental, desde el
tronco a cada rama que se extiende como reivindicando su figura. Uno se plantea
como subsistir en medio de tanta desnudez, y así ocurre cada año, cada árbol se
resiste al despojo hasta el último momento pero el final resulta inevitable.
de arte
4 ene 2020
20 dic 2019
Darle al "play"
Es difícil calificar el “homo videns” de los tiempos que corren, los usos y costumbres que día a día nos enredan en una batalla sin límites. Preferimos grabar antes que ver, compartir antes que contemplar, cotillear antes que vivir. Muchas veces uno se plantea hacia qué gran vertedero camina ingente cantidad de irreflexión, de basura tecnológica en forma de imagen. Mientras tanto, a darle al "play" como si no hubiera un mañana.
4 dic 2019
Ejercicio de camuflaje
Cae la tarde al trasluz
de la ventana. Una tarde fría de rigor. Los tejados agitan chimeneas contra el
cielo azul que languidece. La escena semeja un desafío; en lo alto, a lo lejos, se ve la cruz del
Montealegre. La vida transcurre así, desde aquí, en silencio, despacio, como quien esquiva de paso la
pereza en una rutina de disciplina.
“Resistir es un arte”,
que diría el insigne Manuel Alcántara. En el obligado ejercicio diario de resistencia
uno recoge los fragmentos de su propio cuerpo asidos a una silla y mesa. Rodeado de libros y de estantes repletos; todo
como a la espera. Uno piensa en nada y a la vez en un torbellino de
pensamientos dispersos en el estante de la memoria, un laberinto mágico que lo acompaña.
Se hace ya de noche; el
artificio de las luces envuelve lo que queda de tarde. El ejército de chimeneas
antes altivas se camuflan ahora sobre los tejados. El día se da la vuelta, se
entrega a los brazos de la noche que lo acogerá hasta el alba. Y aquí seguiremos.
3 dic 2019
Paraguas de colores
Fotos: José Paz |
El mensaje es sencillo,
en el día Internacional de las Personas con Discapacidad cientos de paraguas son alzados con el ánimo de
ser compartidos. Decía Chesterton que “todas las buenas maneras tienen que
comenzar compartiendo alguna cosa con sencillez. Dos hombres tienen que
compartir un paraguas, si no tienes un paraguas, tienen paraguas tendrán al menos
que compartir la lluvia”.
La visión de las cosas
está plena de subjetividad, casi todo depende de la intencionalidad, del color
que interfiera la mirada. Una sociedad justa no puede desasistir a quienes más
lo necesitan, pero pasa. La vida es una rima, a veces sin rima. Inevitable no
pensar en Mark Twain, y su visión de banquero, ese señor que nos presta el
paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando empieza a llover.
30 nov 2019
El tren de cada día
El último tren es el que todavía no has tomado.
Desconoces todo de él, el destino, la compañía, pero sobre
todo el día y la hora.
Desde la ventana veo el tren, así en genérico. Los que
transportan mercancías tienen un sonido distinto, como si tras la sonoridad del
traqueteo metálico hubiera un traslado rutinario. Al caer la tarde, con las
luces de los vagones encendidas, detrás de cada silueta, percibo el calor de
una historia con figura humana. Su sonoridad semeja amortiguada por cada relato
que trasladan.
Los trenes son lo más parecido a un reloj: cuando no
hay retraso, reconoces traqueteo la hora exacta nada más intuirlos de lejos.
Las 13: 09. Como un clavo -pienso- y eso que la línea sigue en obras. Mientras lo veo
pasar, imagino el viaje, los sueños, el tiempo; como la propia vida. Y en ese tren por coger. Pues eso.
29 nov 2019
Donde habitan las hojas
Un destello de luz atrapa
cada rama del árbol noctámbulo, las inmortaliza con el protagonismo de los
dioses creadores. Detrás de cada hoja, de cada rama palpita la humedad que las
gotas de lluvia esconden. Cada una se aferra a su manera y de cuando en vez se
precipitan al vacío. El claroscuro se presenta misterioso, más por lo que esconde que por lo que
muestra. La noche es como un acertijo de voces que cuando quieren nos seducen
con la melodía salvaje de los sonidos inciertos. El viento se desliza entre las
ramas corroborando aquí lo dicho; nadie quiere ser ajeno de ningún
protagonismo.
27 nov 2019
La nave de Zé María
En la otra orilla de la
vida hay esperanza. A Zé maría lo encontré un día anclado debajo de un puente;
de su velamen poco quedaba, de su cuerpo escueto casi nada .En la otra orilla
de la vida hay esperanza, dicen; eso creo.
En el reflejo especular
del río dejo fluir los pensamientos entre los ocres y el cielo plomizo que
amenaza. La esperanza es aquí un destello entre el paisaje entrecortado. Zé
María cedió su embarcación al destino igual que alojó su libertad en el rincón
de un viejo sueño. Y dicen: en la otra orilla de la vida hay esperanza.
23 mar 2018
Donde habitan las olas #iconos #chillida
Iconos
Obra: "El peine del viento, 1967.
Autor: Eduardo Chillida.
Todo es silencio, casi. Ni el romper de las olas, a veces con furia, descompone el mensaje del maestro Chillida, con este singular conjunto ubicado en un extremo de la bahía de la Concha, "El peine del viento" y sus treinta toneladas de hierro, regalo del artista a su ciudad, es pura emotividad, una arquitectura de misterios se acomoda al paisaje sin perder un ápice de los logros del artista. Medio siglo después, más allá del icono -hoy la pieza es un atractivo impenitente en la pléyade de turistas- las tres piezas gozan de la misma fuerza y salud que el conjunto de las restantes del propio artista.
Obra: "El peine del viento, 1967.
Autor: Eduardo Chillida.
Todo es silencio, casi. Ni el romper de las olas, a veces con furia, descompone el mensaje del maestro Chillida, con este singular conjunto ubicado en un extremo de la bahía de la Concha, "El peine del viento" y sus treinta toneladas de hierro, regalo del artista a su ciudad, es pura emotividad, una arquitectura de misterios se acomoda al paisaje sin perder un ápice de los logros del artista. Medio siglo después, más allá del icono -hoy la pieza es un atractivo impenitente en la pléyade de turistas- las tres piezas gozan de la misma fuerza y salud que el conjunto de las restantes del propio artista.
21 mar 2018
Cuaderno de campo
Emboscados
Atardecer a destiempo en la memoria olvidada; a veces el pasado es hueco. Al frío de la tarde se le suman las ramas inertes de árboles que se repiten como el son de la música de un ejército desordenado. Un aire gélido entumece tu rostro. En un bosque de invierno todo es desangelado, extensiones de vida como a la espera, ramas de un mismo tronco que se proyectan al vacío.
En la naturaleza de una tarde cualquiera uno reivindica para sí sus sueños emboscados, ficciones de lo real en un relato imaginado. Todo mundo de ficción se construye sobre entornos de una realidad cualquiera, también aquí, donde no quedan más que piedras, escenarios huidizos de miles de años y recuerdos de infancia.
21 jun 2017
Anita Pallenberg, el diablo y los Stones #Iconos
Iconos
Imagen: Anita Pallenberg.
Anita Pallenberg ( Roma, 1942; Reino Unido, 2017) se subió al caballo salvaje de los Roling Stones cuando estos eran unos potrillos, fue ella quien les aportaría, como vulgarmente se suele decir, la sal y la pimienta.
Finales de los años sesenta. La experimentación, la sicodelia, el hipismo y las drogas se agitaban a partes en la coctelera de muchas bandas. A los Stones se acercó una joven menuda y dispuesta, de pelo rubio, pelín aniñada y cara de diablura. “Sabía de todo y lo podía decir en cinco idiomas”, diría de ella años más tarde en una entrevista Keith Richards.
No sabemos qué sería de los Rolling Stones si no hubiera entrado en contacto con ellos esta diseñadora, modelo, actriz, groupie y musa de rockeros, pero sí que gran parte de su descaro y personalidad surgió a partir de ella, también su lado más atractivo y peligroso, hasta el punto que la parte administrativa y contable de la banda en más de un momento consideró que no era una compañía aconsejable.
Hija de un músico italiano y de una secretaria alemana entró en contacto con los Rolling tras un concierto en Alemania, ella se dejó caer por el camerino y allí andaba un rubio alocado como Brian Jones al que que primero sedujo y con quien formó una pareja espectacular que triunfaba en todas las fiestas, donde ellos eran en aquel momento el glamour necesario. Anita era puro nervio e inquietud pero su actitud gustaba a los Stones, respetaban sus decisiones y sobre todo una estética hasta entonces bien diferente. Sin estar adscrita al hippismo las influencias indumentarias de Anita recogían parte del legado, sobre todo lo más transgresor, sin ningún cajón estanco. Los dos años en los que se relacionó con Jones fueron una banda sonora encendida que remató mal, sobre todo para Jones, malos tratos, drogas, expulsión de la banda que había fundado, y una muerte sospechosa en su propia piscina, en 1969.
Gran parte del distanciamiento entre los Stones estuvo motivado por Anita, que dos años atrás. camino de Tánger, sucumbió a los encantos de Keith Richard cuando éste era todo inocencia. Como ocurrió con Jones, la influencia estética fue notable, Keith, de un mismo tallaje que anita, acabó vistiendo la propia ropa de ella. La pareja (1967-1980) tuvo tres hijos, Marlon, Angela y Tara. Dicen que los contorneos de Mick Jagger, coprotagonista de una película como Performance junto a Anita, parten de sus influencias. Que también dieron lugar a insinuaciones sobre una supuesta relación.
Entre los protagonismos, lo musicales. Un disco importante como Beggars Banquet (1968) fue remezclado por sus críticas. Aunque sus participación más tangible es en “Sympathy for the devil”, donde hace coros. “Coming down again”¨la escribió Richards pensando en ella, también “Wild horses” le tiene a ella, a Anita, y a Marianne Faithfull, novia de Jagger, como musas inspiradoras. Eran los Stones de una época, la más salvaje, la más añorada. Justo la que recordamos ahora que nos enteramos de su muerte.
Imagen: Anita Pallenberg.
Anita Pallenberg ( Roma, 1942; Reino Unido, 2017) se subió al caballo salvaje de los Roling Stones cuando estos eran unos potrillos, fue ella quien les aportaría, como vulgarmente se suele decir, la sal y la pimienta.
Finales de los años sesenta. La experimentación, la sicodelia, el hipismo y las drogas se agitaban a partes en la coctelera de muchas bandas. A los Stones se acercó una joven menuda y dispuesta, de pelo rubio, pelín aniñada y cara de diablura. “Sabía de todo y lo podía decir en cinco idiomas”, diría de ella años más tarde en una entrevista Keith Richards.
No sabemos qué sería de los Rolling Stones si no hubiera entrado en contacto con ellos esta diseñadora, modelo, actriz, groupie y musa de rockeros, pero sí que gran parte de su descaro y personalidad surgió a partir de ella, también su lado más atractivo y peligroso, hasta el punto que la parte administrativa y contable de la banda en más de un momento consideró que no era una compañía aconsejable.
Hija de un músico italiano y de una secretaria alemana entró en contacto con los Rolling tras un concierto en Alemania, ella se dejó caer por el camerino y allí andaba un rubio alocado como Brian Jones al que que primero sedujo y con quien formó una pareja espectacular que triunfaba en todas las fiestas, donde ellos eran en aquel momento el glamour necesario. Anita era puro nervio e inquietud pero su actitud gustaba a los Stones, respetaban sus decisiones y sobre todo una estética hasta entonces bien diferente. Sin estar adscrita al hippismo las influencias indumentarias de Anita recogían parte del legado, sobre todo lo más transgresor, sin ningún cajón estanco. Los dos años en los que se relacionó con Jones fueron una banda sonora encendida que remató mal, sobre todo para Jones, malos tratos, drogas, expulsión de la banda que había fundado, y una muerte sospechosa en su propia piscina, en 1969.
Keith Richards y Anita Pallenberg. Londres 1973, por Frank Barratt. |
Gran parte del distanciamiento entre los Stones estuvo motivado por Anita, que dos años atrás. camino de Tánger, sucumbió a los encantos de Keith Richard cuando éste era todo inocencia. Como ocurrió con Jones, la influencia estética fue notable, Keith, de un mismo tallaje que anita, acabó vistiendo la propia ropa de ella. La pareja (1967-1980) tuvo tres hijos, Marlon, Angela y Tara. Dicen que los contorneos de Mick Jagger, coprotagonista de una película como Performance junto a Anita, parten de sus influencias. Que también dieron lugar a insinuaciones sobre una supuesta relación.
Entre los protagonismos, lo musicales. Un disco importante como Beggars Banquet (1968) fue remezclado por sus críticas. Aunque sus participación más tangible es en “Sympathy for the devil”, donde hace coros. “Coming down again”¨la escribió Richards pensando en ella, también “Wild horses” le tiene a ella, a Anita, y a Marianne Faithfull, novia de Jagger, como musas inspiradoras. Eran los Stones de una época, la más salvaje, la más añorada. Justo la que recordamos ahora que nos enteramos de su muerte.
5 jun 2017
En manos del Sil #Sober #RibeiraSacra
En la Ribeira Sacra el paisaje es el que le toma las medidas
a uno, lo pone en su sitio; pocas veces la
figura humana puede resultar tan insignificante. En la mitad del cauce la calma
parece que se eleva y se precipita desde el cielo; desde lo alto, desde el
mirador de A Cividade (Bolmente, Sober) lo que de verdad se desplaza es la
mirada, viajando entre las vertientes hasta encajar al Sil tras una larga cola
de serpiente. El río, ancho, desde que se hizo embalse, es un plato. Cuesta
imaginar cómo sería antes, un río de vida del que se intuyen aún las pegadas de
las pesquerías, porque aquí se pescaban
lampreas, salmones y truchas. El Sil aun
así es de postal, dibujado entre meandros y cañones que responden a una
convulsión tectónica, la erosión milenaria hizo el resto.
Desde el mirador
El mirador de A Cividade -uno de los 15 construidos en la
Ribeira Sacra, entre Lugo y Ourense-
obra de la arquitecta Isabel Aguirre arranca desde la ladera; me dicen
que el proyecto original se proyectaba cuatro metros más allá, sobre el vacío,
de éste lo que más sorprende es su anchura, tamaño carretera; aun así la visión
es fantástica. Desde otro mirador próximo, el de Boqueiriño, uno de los más
frecuentados, al que hay que llegar entre pistas y mucha imaginación, la visión
es estupenda. En la vertiente de la montaña de enfrente -desde la distancia una figura minúscula- una
joya de la arquitectura sagrada, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de
Sil, que destaca entre la frondosidad de sus castaños; en el otoño se distinguen
infinidad de “sequeiros”, la mayoría abandonados. La foresta de la Ribeira Sacra es generosa,
junto a especies de clima mediterráneo, alcornoques, madroños, encinas, proliferan
otras como los castaños ya citados, robles o abedules. El paisaje también nos
desvela muchas albarizas, construcciones en piedra para evitar que la miel
fuera a parar a la boca del oso.
Un mar en silencio
En el Sil todo es silencio, o casi. De cuando en vez un
catamarán de recreo–de los varios que tienen las concesionarias en la zona,
Lugo y Ourense- amilana la escena, lo más agitado es eso, la imagen de un barco –Lugo Terra- cuando
zigzaguea a capricho a modo de regalo para agasajar al turista de visita, es
como si el entorno sucumbiera así a la presencia del extraño. Un paseo en
catamarán es monótono, incluso insulso, la perspectiva es un continuo discurrir
de laderas montañosas llenas de vegetación que se repiten; después de una hora
y cuarto de viaje, toca el de vuelta.
Desde la mitad de la
cuenca cuesta imaginar cualquier atisbo de vida, desde lo alto también; superado
el abismo natural, al fondo, en una elevada línea de horizonte, se perciben casas
salpicadas a capricho, aldeas dispersas que se cuentan con los dedos, todo a
merced de un escenario cuando menos grandioso. Cerredo, Alberguería, Parada
Seca, Loureiro, Vilouxe reza en un mapa, pero no resulta fácil buscarles
acomodo en un horizonte distante. Desde lo alto del mirador son casi 600 metros
los que nos separan del Sil, en una perspectiva imposible de la que cuesta
imaginar cómo el sacrificio de los paisanos pudiera hacer factible subir
semejante ladera aferrados a sus frutos. Aun así, desde allí, Suso Verao insiste, es lo
que tienen en común quienes de la infancia han vivido y sufrido otra forma de
vida. El paso del tiempo muda también abrazado a la nostalgia y todo escenario
de lo ya vivido puede resultar mitificado. A pie de mirador trata de situar el
colado, esa planicie ahora imaginada sobre los caminos de antaño, a modo de campo base donde las vacas o las
caballerías aguardaban por la uva transportada desde el fondo de la finca hasta
la cima. “Poidera ser eiquí, ou alí”, él mismo reconoce que los cambios
ejecutados en el entorno, hoy pistas forestales, han mudado la fisonomía de un
terreno que se vuelve irreconocible a los ojos de la memoria. Lo mismo acontece
con los senderos imaginarios a proyectar desde la cima para hacerse con un
camino hacia la finca, una tupida amalgama de huces, zarzas y ramajos y el
brotar de la primavera se han apoderado de todo. No hay sendero posible, y si
lo hay, la labor de desbroce es mayúscula. Restos de árboles calcinados
evidencian los persistentes castigos que sufre el paisaje galaico, incluso
donde semeja sublime. Aun así, Suso insiste.
Trabajar la viña
Con Suso, la cita es en Sober, un pequeño pueblo lucense de
buenas rehabilitaciones al que la
viticultura le ha aportado razones. De allí, en coche hasta el embarcadero de
Os Chancís, son 10 minutos. Antes pasaremos por la siempre recomendable ruta de
los molinos del Xabrega, perfectamente restaurados. Desde la distancia, desde
la N-120 o desde Castro Caldelas hacia
los Peares, una de las impresiones más indescriptibles es ver esos paisajes vinícolas
a modo de teselas sobre socalcos que desafían el vértigo.
En el embarcadero se custodian un puñado de barcas a motor,
algunas para que los viticultores salven el río del aislamiento de sus fincas,
la mayoría –duele reconocerlo- están ya abandonadas. De las pocas experiencias medioambientales
positivas desde la construcción del embalse, ésta, bien residual, es una de
ellas. La recuperación del sector
vitivinícola en la zona de Sober, Doade, A Teixeira, ha mudado la fisonomía de
estas laderas sacrificadas entre bancales y angostos desniveles donde las vides
son protagonistas. Desde la apuesta de las nuevas bodegas la fisonomía, los
accesos y la vinificación han simplificado el trabajo siendo posible acceder en
coche o tractor hasta las propias fincas, sin embargo algunas fincas se
aferran, por diversos motivos, a la épica. Y resistirán mientras pequeños
viticultores, acostumbrados desde niños al esfuerzo y a una “tradición
familiar” insistan en ello.
Suso Verao, maestro hoy jubilado, antiguo viticultor y
apasionado del terruño, cuenta que desde el fondo de la finca hasta la cima
cinco “pousas”, son las que medían o separaban las distancias, cada pousa era
el lugar habilitado para el descanso. Hora y cuarto era el tiempo que llevaba
subir una carga de uvas hasta el colado, a lo largo del día, a lo sumo pudieran
ser tres. Mitificado sí, pero en dureza.
En A Cividade finca, Brais Verao, sobrino de Suso, propietario
de la bodega –Adega Verao- y José Ramón, el padre, se aferran en el cuidado y
en los fitosanitarios a dar para que la planta no sucumba, el vino es caprichoso
y si no se le atiende como debe la cosecha será minúscula. La mañana es
soleada, estas viñas quedan muy bien orientadas al sol del mediodía donde las
temperaturas se vuelven elevadas. A Suso le queda la vinculación sentimental
con la bodega familiar, no la propiedad, aunque hay “propiedades” que no se
pierden nunca. Las heladas en una zona de tanto abrigo no llegan y eso es una
alegría en un año tan criminal en el sector. Pero antes tampoco hacía falta
tratar el mildiu ni el oídio y ahora sin azufre ni sulfatos una finca ya no
sería. A Brais uno lo encuentra en la cima, jugando con su móvil, un
entretenimiento absurdo en medio de semejante marco, antes ha recorrido cada
una de las vides; José Ramón, fumiga con azufre polvoriento la parte baja de
las vides, allá donde el oídio ataca. Dicen que es el mejor antiséptico.
Nunca vuelvas al lugar del crimen, pero sí, así volvemos a
la escena del crimen, al embarcadero de Os Chancís para alcanzar el mismo
escenario glorioso que en tiempos de vendimia nos acercó a través de las aguas
hasta una bella viña que responde al mismo topónimo de A Cividade. Tres kilómetros
nos separan de la finca, el viaje en barca es distinto al del catamarán, más si
los tripulantes son generosos y te trasladan a capricho. Además, la cita de
servidor es de puro deleite, compartir un almuerzo bajo un recoleto galpón
erigido a modo de refugio que en un mediodía de mayo caluroso se agradece. José
Ramón hace rato que tiene las brasas listas, la vianda vendrá en un rato.
Empanada, churrasco de ternera, y vino de A Cividade, incluido el elaborado con
las uvas de la finca recién presentado.
Una cuenta pendiente sentimental desde la pasada vendimia en
A Cividade y que tendrá continuidad espolvoreada en otros relatos. Aquí la
arquitectura del paisaje de los viñedos se vuelve filigrana, asaetando las
panorámicas hasta cursarles nervio. A
los turistas les causa gracia, curiosidad ociosa el contemplar a los labriegos
aferrados a un terruño que se les escapa, a uno, asombro, al que no se le
acerca ningún otro adjetivo que no sea el de heroicidad. Sobre el terreno unas
vides que no tienen tierra, entre guijarros e improvisados senderos que nos
permiten transitar entre ellas y subir hasta la cima, eso sí, sin despistes. El
vino así sabe a gloria, y nunca mejor dicho. Insiste, Suso, por favor.
* Publicado en La Región 4/06/2017
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