Cae la tarde al trasluz
de la ventana. Una tarde fría de rigor. Los tejados agitan chimeneas contra el
cielo azul que languidece. La escena semeja un desafío; en lo alto, a lo lejos, se ve la cruz del
Montealegre. La vida transcurre así, desde aquí, en silencio, despacio, como quien esquiva de paso la
pereza en una rutina de disciplina.
“Resistir es un arte”,
que diría el insigne Manuel Alcántara. En el obligado ejercicio diario de resistencia
uno recoge los fragmentos de su propio cuerpo asidos a una silla y mesa. Rodeado de libros y de estantes repletos; todo
como a la espera. Uno piensa en nada y a la vez en un torbellino de
pensamientos dispersos en el estante de la memoria, un laberinto mágico que lo acompaña.
Se hace ya de noche; el
artificio de las luces envuelve lo que queda de tarde. El ejército de chimeneas
antes altivas se camuflan ahora sobre los tejados. El día se da la vuelta, se
entrega a los brazos de la noche que lo acogerá hasta el alba. Y aquí seguiremos.
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