Foto: Providence, 1975.
Autor: Francesca Woodman.
Providence, F. Woodman. |
Las últimas palabras de un suicida son siempre recogidas como un testamento, “mi vida en este punto es como un sentimiento muy viejo en una taza de café y prefiriría morir joven dejando varias realizaciones en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas”. Francesca Woodman (Denver, 1958- Nueva York, 1981), era todo delicadeza y un ego ensimismado envuelto en la piel de una artista prematura; murió muy joven y suicida, se tiró al vacío desde una minúscula ventana en la inmensidad de Manhattan, no hubo testigos.
La locura, en una personalidad atormentada había llamado a su puerta, sus pretensiones artísticas y un corazón contrariado hicieron el resto.
Había nacido artista porque ese era el veneno que se inoculaba en casa y ese mensaje no se borra. Sus imágenes tempranas, cargadas de ensoñación y misterio con un componente surreal siempre presente, la envolvieron en una dinámica convulsiva, .
Como tantos jóvenes mostró querencia por las atmósferas fantasmales, allí plasmaba cuerpos femeninos y desnudos de aspecto vaporoso reivindicando cierto orgullo identitario, a la par que demostraba que la adolescencia es un territorio complejo; gran parte de sus fustraciones tuvieron que ver con el rechazo sufrido como fotógrafa con los artistas en voga, allí no encajaban sus series íntimas y minúsculas. Bajo el jersey de artista con pretensiones se adjudicó algunos momentos más que interesantes, narradas en primera persona, con una necesidad exhibicionista de dispensario médico, tres décadas después -en atención al número de seguidores- siguen vivas; incluso las nuevas maneras de hacer del enramado tecnológico que vivimos tienen mucha inspiración en aquellos mundos narrados por ella.
Su corta producción conocida (sus padres custodian unas 800 imágenes que convenientemente divulgan) se ha vuelto muy reconocida y valorada. El misterio de sus imágenes mantiene relación con el desenlace; a ella la convirtieron en una artista de culto, por el contenido y la reivindicación de lo femenino, y por el atrevimiento morboso que un cuerpo desnudo presenta siempre al espectador. Entonces, en aquel Nueva York de los 70, nadie lo quiso ver.
*Publicado en La Revista 5/10/2014
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