1 abr 2014

Estado de ánimo #Nina Simone #Iconos

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Imagen: Nina Simone en 1959.


Nina Simone

   Suena una canción, “Ain't got no”, y la tarde cambia de acera. Nina Simone (Tryon, 1993; Marsella, 2003) se emplea al piano con ánimo de revancha, golpeando cada tecla como si fuera un acto de venganza -quién sabe- en la cabeza de aquellos blancos racistas que le habían negado el paso. La hija del predicador salió rebelde y pasional hasta el arrebato; siempre excesiva. También sensual, y una de las voces más íntimas y personales que conozco. Suena “My baby just care for me” y todo cambia, imposible no dejarse llevar por su pasión contenida y sublime. Nina llegó a odiar tanto su hit, que se lo lanzaba a su público en el directo como quien les escupe a la cara. La artista sufría cada nota tanto como los demás el delirio.
La lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana la distanciaron de la industria discográfica; todos buscaban en ella su aporte más soul. Se guardaba las mejores balas para los conciertos, allí sonaban sin piedad temas como “Mississippi goddam”, donde denunciaba la violencia racista. Su compromiso era fuerte, capaz de compromenter su futuro sin pestañear. Sin embargo, sus mayores desacuerdos con las autoridades de su país estuvieron motivados por desacuerdos fiscales que la obligaron a peregrinar por medio mundo; fue una mujer nueva y feliz en África, en Liberia y Barbados, donde gozó y tuvo amantes; y mucho desconsuelo.
  Su última escalada, la de la vieja loca que sucumbió al delirio, la que la llevaron a estar internada en más de una ocasión. fue en Carry-le-Rouet, cerca de Marsella, donde vivió su miseria y locura. Allí saltó en más de una ocasión a la fama de las noticias truculentas, como cuando recibió una visita a golpes de sonoros estruendos de escopeta. Ya no era ella.
Su voz era otra cosa, su música gloriosa y eterna que nos hace viajar atormentados tras ella. Nada mejor que prender la mecha de cualquier canción y dejarse llevar; la felicidad en cada nota sofocada que nos ha de arrastrar al cielo. Nina Simone nos pide a gritos que la escuchemos; sus melodías resuenan presas de la nostalgia eterna y la amargura que se nos instala enfrente, como reclamando súplica. La voz jadeante, insiste ceremoniosa y versátil, capaz de elevarnos más que cuando las entonaba de niña en la iglesia baptista.

 *Publicado en La Revista 30/03/2014

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