23 mar 2014

El ültimo viaje #Iconos#La cabina

Iconos

Película: La cabina, 1972.
Imagen: José Luis López Vázquez. 

La cabina, de Antonio Mercero.

 La vida es como cualquier novela, inicio, nudo y desenlace; faltan las comas y el último punto final, pero el proceso de escritura lleva su tiempo.
Son 35 minutos y se hacen eternos. En 1972, Antonio Mercero, dio con las claves para contar una historia verdaderamente kafkiana, de las que te quedas clavado en lo absurdo, pero no ves la manera de soltar amarrres. Incluso hoy, tantos años después, te atrapa con la misma fuerza.
¿Cuántos años hace que no usamos una cabina de teléfono? Seguro que ni nos acordamos. En 1972, una cabina de teléfono era un artilugio de pura posmodernidad, tanto como los propios teléfonos domésticos. Entrar en una cabina era también una forma de guarecerse, una vuelta al refugio materno; toda una manera de viajar, apuntada en aquellos prefijos internacionales. Imposible olvidar el día que a uno le instalaron una delante de casa, casi una fiesta.
 La cabina de Mercero no era azul como las que Telefónica, aquella era roja, como quien pretende sobreentender algo más que un uso subliminal del lenguaje. Una cabina en el centro de una plaza, reluciente, y con la puerta entreabierta invitando a pasar. Por allí deambulan multitud de destinatarios, nada, aquella página no estaba escrita para ellos. El destino al margen de contumaz es caprichoso. La cabina instalada por aquellos cuatro hombres, de los que apenas se visibilizaban los rasgos, en realidad es otra cosa; el teléfono no funciona, tan sólo pretende ser reclamo para que José Luis López Vázquez, actor de mímica impagable, se introduzca en su interior y la puerta se cierre para iniciar viaje. De poco servirán los intentos de todos los que, incrédulos, tratan de ayudar, el insigne habitáculo no desplegará sus puertas. La muchedumbre curiosea a su alrededor, cada uno interpretando su propio personaje, los niños se mofan de él, la mayoría, como ante cualquier suceso, curiosea por vivir la tragedia ajena. Lo anómalo muda la piel, derivando en fatalidad estadística. Le ha tocado a él, un señor de mediana edad que acababa de llevar a su vástago al colegio. No hay explicación ni lógica. Los hombres que apuntalaron la falsa cabina al suelo de la plaza, la recogen y se la llevan, en un viaje sin vuelta. A la víctima se le van aclarando las dudas.

*Publicado en La Revista 23/03/2014

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