29 oct 2013

Romasanta, el sacauntos #Iconos#Romasanta

Iconos

Foto: José Luis López Vázquez, 1971.
Película: "El bosque del lobo", de Pedro Olea.


José Luis López Vázquez

  Finales de junio de 1850. Un ser siniestro y manipulador trenzaba sus últimas tropelías. La víctima, José, de veintiún años, e hijo de madre soltera, o de padre desconocido, como ustedes prefieran. Vestía capa larga y amplia, de color castaño y paño corriente, recién comprada; dado su origen, un verdadero lujo.
  En aquel Ourense al pie de la Sierra de San Mamede, los trayectos hacia Castilla brujuleaban en dos direcciones y ambas pasaban por Ponferrada, para bifurcarse después hacia la costa o hacia el interior; Portugal y América, eran otros destinos bien recurrentes. Manuel Blanco Romasanta (Regueiro, Santa Olaia de Esgos - Ceuta, 1863) como “quincalleiro” ambulante conocía bien aquellos caminos, comunes a segadores y afiladores. Ambos emprendieron, al menos en lo teórico, destino hacia Santander. Antes Romasanta cortejó a la madre. Entre Rebordechao, en Vilar de Barrio, escondite del ambulante y Castro de Laza, lugar de la cortejada, las distancias a lomos de un borrico eran salvables, tanto que a él le veían por allí casi a diario.
El propósito de Romasanta era llevarse a los dos, madre e hijo, hacia tierras prósperas, donde el sacamantecas desde el año 1843 había derivado a un buen número de mujeres y vástagos, pobres e incautos, quedándose con sus voluntades y pertenencias. Se tuvo que conformar con el hijo, la madre iba mayor para esos trotes. A Romasanta lo vieron regresar, días después de su marcha, lustroso y con la capa a la espalda, para revenderla al párroco que le prestaba el borrico. Lo que se descubriría después de tanto tocomocho cruel, tras su detención en Nombela, Toledo, denunciado por compatriotas conocedores de sus andanzas desataría el asombro y una leyenda imborrable. Sería juzgado en Allariz y sentenciado a garrote vil, un año duró el juicio; la pena sería conmutada a instancias de Isabel II.
  Durante años Romasanta vendió ungüentos de grasas cuya procedencia fuera probablemente de origen no animal. En el juicio, que duraría casi un año, se aferró al cuento de la licantropía y la mutación de que era víctima, igual que antes embaucó a sus víctimas –trece- con un futuro próspero en Santander, destino al que el sacamantecas nunca llegaría;  tampoco sus víctimas.

*Publicado en La Revista 27/10/2013

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