8 jun 2013

Criminales sin precio #Iconos

Iconos

Foto: Manuel Delgado Villegas, 1971



 A Manuel Delgado Villegas (1943- 1998), “El Arropiero”, la notoriedad le llegó por criminal, por asesino en serie a la par de personaje desquiciado. Cuentan que poseía el fatídico cromosoma XYY, el de la criminalidad, aquél que aleja a sus dueños de cualquier atisbo de normalidad y los convierte en violentos.
En el día de su detención, en 1971, Puerto de Santa María, con 28 años, se presuponía el asesinato de su novia, una mujer once años mayor y con ligero retraso. Al principio se declara inocente pero acabó confesando la muerte de Antonia Rodríguez con una media enroscada alrededor del cuello mientras hacían el amor; una vez muerta continuó practicando sexo. De paso se adjudicó la muerte de otras 47 personas, bien porque le molestaban, porque le miraban mal o por no poder controlarse. La policía, que no daba crédito, le adjudicó 8 de ellos.
  De su pasado legionario aprendió un golpe seco con el canto de la mano, que lanzaba al cuello de sus víctimas; aunque a la primera un cincuentón que estaba dormido en la playa de Llorach, le destrozó el cráneo con una piedra. Tres años más tarde, una joven francesa, Margaret Boudrie, tras una noche de fiesta en Ibiza accede con un joven estadounidense a la vivienda en la que éste anteriormente había residido. El joven, al no ver cumplidos sus propósitos, se marcha por la misma ventana por la que habían entrado, ella se queda. El Arropiero, que desde dentro presenciaba la escena, la mata y abusa de ella. Su estela asesina le persigue, un vendimiador; un compañero de copas; mujeres indefensas que se cruzan en el camino; homosexuales que le brindaban proposiciones. Una vez en prisión y visto su grado de enajenación -en un informe médico se le definió como “peligro social en grado supremo”- su devenir judicial cayó en el limbo, pasó seis años en la cárcel de Carabanchel sin ser juzgado, y sin asignar abogado. La Audiencia Nacional optó por sobreseer el caso y no juzgarle nunca ante el riesgo de que una sentencia por enajenación incompleta podía dar con el elemento en la calle en 15 años. Nunca hubo juicio, aunque una providencia de la misma Audiencia en 1992 reconoció “incompatibilidad con las garantías procesales”. Su fase final aconteció en un psiquiátrico de Gramanet, del que podía salir y donde se le vio vagabundear con aspecto desastrado. Su muerte le sobrevino a causa de una afección pulmonar causada por el tabaco.

*Publicado en La Revista 8/06/2013

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