Imagen: Salvador Dalí y Andy Warhol
Dalí se paseaba por el teatro de la vida como dueño del cotarro, lo era. Precursor del artista-promotor de sí mismo, que años más tarde reinventaría Wharhol, supo buscar en el arte y en la vida el modelo de triunfador, aunque fuera traicionando a los suyos.
Lo relató Emilio Romero en su libro “Testigo de la historia”, Madrid, 11 de noviembre de 1951, el a María Guerrero lleno hasta la bandera, el organizador del acto, un joven profesor de nombre Manuel Fraga, el conferenciante, Dalí. Tras 45 minutos de espera sale al escenario, las ovaciones se mezclan con los silbidos, él a la espera, sentado, aguardando que rematara la tormenta. Hecho el silencio se puso en pie y pronunció sus conocidas palabras: “Picasso es español; yo también. Picasso es un genio; yo también. Picasso tendrá unos 72; yo unos 48 años. Picasso es conocido en todos los países del mundo; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco.”
Las simpatías con el régimen fueron constantes, incluso desde los primeros momentos del alzamiento en los que se posiciona de su lado, cuestión que no impide -7 de diciembre del 1936- su marcha a Nueva York donde expone en la galería Julien Levy el cuadro “Premonición de la guerra civil”. En 1948, regresa y se instala en Port Lligat. Franco, que también tenía dotes de pintor, admiraba al Dalí extravagante, divertido, pero sobre todo al artista internacionalmente reconocido que, en aquellos momentos de autarquía y cerrajón, suponían un salvoconducto. Dalí y el relato de sus excentricidades se colaban en el No-Do franquista con la misma facilidad que los pantanos. El de Figueres fue capaz de fagocitar el surrealismo y su esencia, dejando a Breton o Éluard a la intemperie -a éste le arrebató también a Gala- y salir indemne, siempre victorioso. Dalí luchaba cada día en pro de su genialidad como autor, como personaje, supo ver como pocos la idea del arte como mercancía, y él, su persona, como el objeto más valioso. Amaba el dinero y, a pesar de que su obra y todo lo que le rodeaba se convirtió en una gran factoría monetaria, era tacaño y mal pagador.
Tocó todos los palos, escultor, escenógrafo, performer; dominaba el medio televisivo, incluso trabajó de dibujante para la Disney. Su obra, su persona, no ha dejado de gozar del apoyo mercantil, ni del interés del público por su obra, inclusive la falseada.
*Publicado en La Revista 5/05/2013
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