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Foto: Chavela Vargas, 1997
Lugar: Auditorio Nacional, México
Chavela Vargas, 1997 |
A Chavela Vargas (Costa Rica, 1919 - México, 2012) se la tragó el destino el 5 de agosto del 2012. Vivió en México 80 años de un existir intenso, con altibajos, ninguneo y una gloria a espuertas; cerró ciclo en plena apoteosis, en el 2004 actúo en el Carnegie Hall neoyorquino; con anterioridad, en el 2001, en el Zócalo de Ciudad de México; también en el Olympia parisino; algo increíble para quien había gastado zapatilla de vida bohemia.
Chavela, La Chamana, era la voz del desgarro y la melodía ausente suplida con creces por una proximidad y una rabiosa expresividad comunicativa. Cantaba como un hombre malherido en cuerpo de mujer, lo suyo era de libro, boleros, corridos y rancheras, el abecé del cancionero mejicano en un país que la acogió como suya pero a la que no regaló nada, su éxito le vino del exterior, merced a algunos influyentes amigos, entre ellos Almodóvar y su fino olfato para las melodías a deshora.
Es sabida su afición al alcohol pero sobrevivió a toda la bebida imaginable. Una de aquellas borracheras inmensas se la dedicó a su querido José Alfredo cuando vislumbraba su propia muerte; en su sepelio, la viuda al verla llegar borracha y cantando presa de las lágrimas imploró un rotundo, “déjenla, lo quería tanto como yo”. Eran inseparables compañeros de farras. Las hazañas arrabaleras resuenan a relato pero a duras penas sobrevivió para contarlo. El éxito le llegó tarde, después del tiempo reglamentario, pero con aroma sincero. Más sincero que el interés posmorten de la familia que nunca tuvo a la captura de una herencia gastada de antemano al límite.
En los noventa sus amigos españoles, que los tenía y muchos, Sabina, Almodóvar… apostaron por devolverla a la vida y relanzar su legado. Con la voz más hiriente y rota si cabe, la vimos revivir como un icono de esplendor, incluso interpretar junto al cineasta Werner Herzog. Era un delirio escucharla en su declamar al amor y al desamor como si su patria fuera sufrir y su destino la muerte. Cantaba como un hombre borracho, con temple y arrojo y cada vez más desnuda a la vida, con todo el equipaje a la vista.
Nos deja momentos solemnes de poesía plena, “Piensa en mí”, “Se me olvidó otra vez”, “Macorina”, “La llorona”; canciones que no se dejan escuchar al azar del viento, ni en cualquier momento, necesitan del ánimo más bien elevado. Hagan la prueba.
*Publicado en La Revista 31/03/2013
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