Foto: cogida mortal de Manolete en Linares
Imagen: Francisco Cano "Canito", 1947
Canito, 1947 |
A Manolete, Manuel Sánchez Rodríguez (Córdoba, 1917- Linares, Jaen, 1947 )lo apuró el destino en una calurosa tarde de agosto. Al cordobés lo mató un Miura negro, Islero; una plaza de pueblo en fiestas en cruda posguerra a modo de estación de destino para quien había toreado en los más grandes cosos. Él torero - siempre pálido y de aire cansino-, estaba recibiendo unas severas críticas en la temporada en curso, también aquella misma tarde Gitanillo de Triana y Luis Dominguín habían recogido sendas orejas y él, en su turno, una sonora pitada. Aquel quinto toro llegaba desafiante para quien se le consideraba una enciclopedia en la suerte de la tauromaquia. Los pitidos del personal en su contra motivaron la faena del "inventor" de las manoletinas y su toreo elegante y vertical, citando de perfil, según apuntan los expertos. El dieciséis de julio de aquel año ya había sido cogido en una pierna en Las Ventas en una corrida de la Beneficencia, era la número veintinueve, la treinta sería la definitiva.
De rosa pálido y oro -cuentan que su muleta y montera era siempre la misma, y que le gustaban las prendas usadas- Manolete se disponía a matar después de una faena de impresión, de las que al rematar tendrían premio, y lo tuvo. Pero no de la manera que el deseaba, para quien la tauromaquia compararía siempre con Belmonte, aquella tarde sería punto final. Después de apurar el estoque en el morro del animal hasta el infinito se dispone a matar bajo la sonoridad de su pie izquierdo desplazando la arena en su marcha hacia delante, la acción es buena, el acero penetra lo suficiente, pero en su ejecución el azar le empitona con el pitón del destino a la altura del muslo. Islote lo lanza y no lo suelta hasta dejarlo caer de cabeza contra el suelo, antes le da un par de vueltas en el aire. Camino de la enfermería, en ese instante que tienen los moribundos, se acuerda del peligro de ese pitón como le había advertido alquien de su cuadrilla.
Veinte centímetros de dolor a la altura de la arteria femoral y rotura de la vena safena. En la enfermería quedan depositados las orejas y el rabo de la faena; el toro murió certero. Lo trasladan al hospital de Jaén donde se le practican varias trasfusiones de sangre, la última un plasma sanguíneo cargado de polémica. A las cinco y siete minutos de la madrugada arranca el mito.
*Publicado en La Revista 10/03/2013
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