José Paz |
Hay máscaras de gas y de oxígeno, máscaras contra la polución y para perderse con ellas, incluso para brillar más allá de las estrellas. ¿De qué se disfrazan los políticos? ¿Se disfrazan por igual los de la derecha que los de la izquierda? ¿En la oposición que en el gobierno? ¿A la hora del disfraz las ideologías también cuentan?
Reconozco que me entran dudas por saber en qué momento el profesional político es más de fiar, si antes o después de colocarse una careta. La política es ya en sí un arte de exhibicionismo, un sobreactuar añadido al que no es fácil adivinar dónde se encuentra el punto de ruptura entre el personaje en cuestión, el que vemos insistentemente y la persona de carne y hueso que se supone hay detrás.
Una careta desinhibe lo suyo por eso a la basca le gusta tirar de ella en tiempos como estos. Es un recurso facilón, nos encorsetamos una careta de Rajoy, sierra mecánica de pega en la mano y a tomar la calle descojonándonos del personal. Como mediáticos que son año tras año la calle se llena de rostros de políticos conocidos a golpe de látex de actualidad, es cierto que también se solapan entre ellos como ídolos caídos en el olvido. A nadie se le ocurriría por ejemplo ponerse una careta de Reagan, Carrillo, o de Margaret Thatcher porque perdería el chiste del momento o simplemente carecería de tal; son ya máscaras a las que el tiempo les ha birlado la gloria del homenaje de burla del personal.
Una cosa está clara, a las máscaras de poliuretano de este carnaval les faltará lo que a las encuestas del CIS, tiempo de maduración para ver el alcance de verdad de la cuestión. El látex difícilmente se hará eco de los entresijos del momento, eso sí, el tema de fondo no hace falta que se lo cuente.
*Publicado en La Región 9/02/2013
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