En columna
José Paz |
Al diputado británico Chris Huhne le persigue una pesada sombra en forma de mentira desde hace más de una década. La mentira desafía el día a día de quien la porta con pequeñas píldoras de integridad moral que se pegan a la piel como pliegos de mierda que van dejando rastro, un día pierdes un zapato, otro la corbata, y muchos de ellos el sueño. Un hecho nimio como una sanción de tráfico ha derivado en el final de un político que aspiraba a todo; asunto nimio pero no menor.
Para Huhne, del PPD socio de gobierno, quien ya hace un año dimitiera como ministro de Energía por la misma causa, la mentira ha sido su medio natural hasta que ésta se ha revelado contra él. Los hechos son sencillos, un día apresurado en su regreso a casa le provoca una multa, con su correspondiente pérdida de puntos, que él trata de endilgar a su esposa quien apanda con ella hasta que los medios desvelan una infidelidad con su asesora que da al traste con su matrimonio; tras su divorcio, la delación de su ex lo arroja a un lodazal jurídico a modo de calvario. En Gran Bretaña la obstrucción a la justicia son palabras mayores.
Entre nosotros donde la corrupción parece más fructífera que un abonado campo de nabos, las dimisiones si llegan lo hacen casi siempre por lo criminal y bajo amenazas. Desde tiempos de la Transición, la política española arrastra para sí más mentiras que la nariz de Pinocho, aunque parezca que es ahora cuando le crece la nariz de verdad a la par del mismísimo Urdangarin, a quien pronto lo exhibirán por los pueblos para visibilizar sus partes.
Dos ejemplos entre mil, Ángel Carromero, después del desgraciado accidente en el que murieron los disidentes cubanos Payá y Cepedo, cuando conducía un vehículo con el permiso retirado, desde su tercer grado penitenciario fue reincorporado como asesor del Ayuntamiento de Madrid y no para redimir penas. Aunque si nos dejamos seducir por la Gürtel, que nunca fue trama, imposible no imaginar la cara de la mismísima Ana Mato y a la sazón ministra de Sanidad, el día que se encontró en el garaje un Jaguar que rugía que ni Dios y no dijo, tal vez enmudecida de pasión, esta boca es mía.
*Publicado en La Región 6/02/2013
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