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Casablanca
Foto: Casablanca, 1942
Imagen: Michael Curtiz, Ingrid Bergman, Humphrey Bogart
Casablanca, 1942 |
“De todos los cafés y locales del mundo, ella aparece en el
mío”, suena a lamento eterno - lo era-, el imperecedero sabor de la desesperanza, manifiesto
de un destino imposible, entre otras cosas porque el Café de Rick, ni fue lugar
ni Casablanca el destino donde lo sitúan los ilusos; tampoco la cita que todos
atribuyen a Sam fue pronunciada, y eso que ésta es fácil de comprobar. Bogart había sido siempre un tipo duro pero esa
noche en el café de ficción mordería como todo hijo de cristiano el polvo del
desamor. De la misma manera que Michael
Curtiz-que tampoco iba para director- a través de unos intrigantes golpes de
flash back, nos regalaría una historia de amor entre plataformas, las mismas
con las que Bogart desafiaba a la gravedad para que le igualaran a su suspirada
Ilsa. La película que apuntaba a panfleto aliado con estrellas de protagonistas,
y al principio ni eso, setenta años
después respira todo el aire de las obras míticas. Es probable que entre los
culpables se encuentre ese guión tuneado hasta el amanecer –el original, una
obra de teatro que nunca se representó-y un final que todos desconocían, también
el director, el propio Hal Wallis, el productor, se reservaría para el final ese
toque de gracia desequilibrante entre los múltiples posibles.
Casablanca es un thriller con sabor negro-de cine- que en el
fondo envuelve una historia de amor en un marco de guerra real; los Estados
unidos ya estaban inmersos en aquella maldita guerra, y en la cinta se decanta
por una de las partes. Casablanca nunca dejó de ser un sueño, de ficción, la
película fue rodada en Hollywood y el
Café de Rick siempre fue de cartón piedra; sueño también en lo simbólico, la de
una parte del territorio francés no ocupado, el del norte de África, que se estaba preparando para
la batalla.
La relación de Rick e
Ilsa resuena trágica, imposible, y no sólo por la marejada de fondo, “el mundo se
derrumba y nosotros nos enamoramos”, pero tampoco hasta el final se presupone algo que dé pie a una historia de pasión. La siempre desequilibrante mirada de Bogart contrasta con la confusa de Bergman, a la que
no le dejaban entrever por quién
decidirse –Lazlo o Rick- y así no hay
quien pueda vivir. “Una vez huí de tu lado, no quiero hacerlo otra vez”. Incluso rematada la película trataron de canibalizarle
nuevamente su pensamiento, le salvó su manager. El guión está construido a prueba
de resistencia, un ejercicio de inteligencia y bien rico en matices, con
sentencias que resuenan sin parar y que quedan para la historia más allá de la
ficción. “Se está convirtiendo en su
mejor cliente”, le espetan a Rick en uno de los preludios del naufragio. Puro nacionalismo a merced de la niebla.
Humphrey Bogart e Ingrid Bergman |
*Publicado en La Revista 9/11/2012
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