ICONOS
Imagen: Diego Armando Maradona, 1986
Lugar: Estadio Azteca, Mundial de México
Maradona, México 86 |
Maradona |
Reviso los goles de Maradona sobre un fondo de música de tango eterno y a uno –que lo del fútbol le trae al pairo- le entra la nostalgia a borbotones. Una eternidad desde que el argentino abandonó los campos de mala manera y mucho escándalo allá por el mundial del 94. Pero aquello fue un accidente; aquí estoy sujeto a la épica del resumen glorioso y apasionado por el pibe de oro, la mejor manera de revisitar la historia. Decir que Diego era el artista del balón es decir poco, aquel que improvisaba al límite para fabricar esa jugada imposible (o improbable para los otros)que sorprendiera a la defensa contraria es dar fe de lo que en realidad era su juego. ¿El mejor jugador del mundo? es lo de menos, el que más pasión ha desatado en los terrenos de juego, seguro. Lo suyo era la pasión y la bronca, el guerrero que en un momento puntual se toma la justicia por su mano, o pone la mano a la altura de la de Dios como en el partido contra Inglaterra y no pasa nada, o pasa lo que tiene que pasar que la pelota entra y apenas se nota lo de la mano que él no niega. La mano era de Dios, y así lo cuenta.
Maradona de leyenda y gloria, del diez de oro y el de las faltas imposibles que entraban a bocajarro en la portería enemiga. El cuero le perseguía al pie como si éste sólo fuera suyo y los demás estuvieran a verlas venir y punto, sujetos pasivos de esas circunstancias sobrevenidas en las que se mudaban los noventa minutos de juego y en el que el único antídoto para los defensas era la patada y al suelo se acabó, como cuando le atizó la bestia de Goicoechea, menudo estropicio. Ciento veinte goles anuncia el vídeo que estoy viendo de Youtube mientras escribo el artículo, y son como un empacho encadenado, sin tregua, un azote de contrarios. El genio aparece y reaparece y casi desde el suelo atiza al portero en goles de cabeza imposibles salvo para él, un puto espectáculo. Disparos a puerta de artista, y de los grandes, defensas que se quedan como postes y goles que son leyenda. Dejamos el tango por el jazz, y casi se agradece, resulta menos desapasionado. Pero a uno le puede la nostalgia, y se lo imagina en aquellos cromos que pasaban de mano en mano, el suyo siempre valía casi tanto como todos los demás, igualito que en el campo. En este país de pelota le vimos entre la gloria y el remake, Barça y Sevilla, que eran dos momentos tan distantes como el perfume y la colonia.
*Publicado en La Revista 23/12/2012
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