En Columna
|
José Paz |
El Rey se echa al monte –o lo echan- con el propósito apresurado de modernizar su imagen, un lavado de cara puntual; un discurso que se pudo ver hasta por Youtube y en cuatro idiomas, paso firme y decidido contra las bravuconadas nacionalistas. Un problema, a los nacionalistas no les interesa el discurso del Rey, algunos como el recién proclamado presidente de la Generalitat presume de no haberlo visto; es más dice que si hay que sumarse a algo que sea en Europa; los otros piden respeto. Fea anda la cosa. El discurso más breve que se le recuerda, sin alusiones a lo suyo, ni a los suyos como el del pasado año. De pie como queriendo sumar su aliento al de los sufridos españoles, con rapapolvo de boquilla -al calor de la calle-contra la política, reivindicando política de alturas y a la procura de una confianza en paradero desconocido. Atrás quedan aquellos discursos con sustantivos encriptados y fraseos de monarquía de salón con deje desganado. El de esta vez ya no, o no tanto, que no anda el patio ya para florituras “reales” ni de las otras. La caste política a la que iban parte de los dardos no se da por aludida, o sí, los de siempre, aprueban el mensaje, los otros a lo suyo. Hubo momentos para todos, los jóvenes que se van para no ver, para las familias y las instituciones asistenciales en un punto final sobreactuado en el que daban ganas de olvidar la cena y echarse a llorar, pero no, para eso están los del fiambre. Tanto esfuerzo por parte de la Casa Real para que distingamos la buena monarquía de la otra, la que ha de permanecer en cuarentena de por vida y resulta que al Rey le inyectan al final de su discurso la moralina tristona de los de Campofrío, anuncio emitido nada más rematar. Uno que ya no está para revisitar soflamas, piensa que lo mejor es dejarse de tele. La familia, la de verdad, es lo primero.
*Publicado en La Región 26/12/2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario