2 dic 2012

Alfonso Graña, gallego y jíbaro #Iconos


Iconos

Imágen: Alfonso Graña
Lugar: Iquitos, Perú


Alfonso Graña en Iquitos junto a dos jíbaros. 

Alfonso Graña


De los jíbaros sabíamos que tenían por vicio reducir la testa ajena a la mínima expresión y poco más. Inimaginable pensar que en la inmensidad del Amazonas, entre Perú y Ecuador, en el lugar de los Shuar belicosos, comunidad que habitaban río arriba, más allá del temido Pongo de Manseriche en el Alto Marañón, gobernara un día Alfonso Graña, buscavidas de Amiudal, Avión, y en Iquitos (Perú) desde 1910. Lo narran dos cronistas de excepción, uno profesional incansable, Víctor de la Serna, que plasmó su arte en el ABC, el otro, ourensano de Costeira (Ribadavia), Cesáreo Mosquera, compañero de emigración y cronista sobre la marcha, al margen de librero, quien no perdió la ocasión de hacerle contar al de Amiudal hasta los secretos de alcoba.
Graña murió en 1934, en el pedazo de selva del que fue declarado gobernante merced a sus andanzas; una acción cambió su sino, embalsamó el cadáver de un piloto del ejército peruano empotrado en la selva, para salvar después  los peligros del rápido cargando con los restos del hidroavión y del finado y devolverlos a los suyos. De Alfonso se sabe que tras la crisis del caucho, negocio del que vivía, decidió cambiar de aires porque sí o porque además alguna tropelía oscura lo acompañaba. Lo cierto es que, una vez con los huambisas, bien por capacidad de persuasión o habilidades salvó el pellejo y acabaron adorándolo. Lo más probable es que admiraran sus conocimientos en la técnica y explotación de la salazón; se ha dicho también que el mozo encandiló a la hija del jefe indio, y a su muerte heredó el negocio. El hecho es que él sobrevivió y los indios se beneficiaron; los excedentes de la salazón y las riquezas animales se vendían en Iquitos al menos un par de ocasiones al año. En una de aquellas incursiones su compatriota Mosquera se llevó un alegrón de vida al verlo regresar de la muerte que todos suponían destino. El indiano fue un gran negociante, facilitó expediciones en la procura de petróleo, comerció con plantas medicinales y contrabandeó lo que pudo. Su historia alcanza un momento estelar cuando Mosquera, el cronista de Ribadavia, se entera de una supuesta expedición española a la selva capitaneada por el aviador Francisco Iglesias Lage, y brinda su ayuda. La expedición se toma su tiempo, y se frustra más tarde, como tantas cosas, con la Guerra civil. Pero eso es ya otra historia.

*Publicado en La Revista 2/11/2012


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