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Carmen Polo
Carmen Polo y Francisco Franco. Europa Press, 1968 |
El destino no dispuso un palacio cualquiera, sino el del Pardo, residencia del otrora “comandancito” y de “carmencita”, uno militar recio la otra una chica bien de Oviedo; al él nunca le volvieron a llamar así, sino generalísimo, a ella el sobrenombre le acompañaría siempre.
La verdad es que cuesta imaginar al visionario y belicoso estratega embobado a la puerta del colegio donde doña Carmen se encontraba interna, que la cita fuera a la hora de la comunión diaria y que el espía y aspirante lo hiciera desde la calle a pie de reja y vestido tal cual, con el mismo uniforme militar con el que el africanista se paseaba a caballo por las calles ovetenses muy a disgusto de su futuro suegro. Que el campo de batalla no es recomendable para quien aspire a llevarse la mano de una hija, que un militar bravucón es lo más parecido a un torero en peligro las 24 horas del día, y no le faltaba razón a don Felipe Polo, padre de la dama, liberal poco ilustrado quien veía en el aspirante consorte poca cosa para dar su brazo a torcer. No contaba el progenitor con la guerra de África y los continuos ascensos de su yerno convertirían al de Ferrol en el militar de moda; un 22 de octubre de 1923 la pareja contraía matrimonio en la iglesia de Sanjuan del Real de Oviedo, Francisco Franco era el militar del momento.
Lo del alzamiento, el adiós a la República , la cruzada, el nacionalcatolicismo y el totalitarismo implacable vendría más tarde, antes , Carmen Polo (1900, Oviedo-1988, Madrid) vigilaría las hazañas de su marido desde la frontera, por si acaso, por si los toros venían bravos y apuntaban alguna cornada. Para regresar victoriosa junto a él, convertido éste en generalísimo y ella en primera dama; la cuasi reina ansiaba el monárquico Palacio Real pero se tuvo que confirmar con el del Pardo. Lo de los sablazos a anticuarios y joyeros llegarían más tarde, con el desempeño del cargo, a la señora le gustaban las joyas, el sentir y vivir regio, rodearse de objetos con legado. Dicen las malas, o perjudicadas lenguas, que allá por donde iba, la dama, conocedora de la mercancía, reclamaba tal o cual alhaja, cuyo destino apuntaba siempre en dirección a Palacio, y el de la factura también. Pero he ahí el milagro, que ésta nunca llegaba, porque este país, aunque pobre, fracturado y mal alimentado, sabía ser generoso con quien se lo merecía.
*Publicado en La Revista 17/06/2012
Imagen: Carmen Polo y Francisco Franco
Autor: Europa Press, 1968
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