Más allá del Eros y el
Thanatos freudiano, la relación entre la muerte y el sexo, la real, no la metafórica, es de una proximidad que espanta, su práctica; en realidad, el sexo no deja de
ser una forma de morir, de morir viviendo. El sexo es la gasolina, el motor que
mueve el mundo, pero resulta incómodo, cuando no inapropiado un reconocimiento
explícito en la esfera de lo público. Incluso hay culturas que lo que hacen de
él es una pura sinvergüencería, pero eso es capítulo aparte. No es fácil hablar
del sexo, tampoco de la muerte, ni lo va
a ser de Nobuyoshi Araki http://vimeo.com/22064514 Tokyo, 1940, artista reconocido internacionalmente
por su manera de abordar el sexo, y sobre el que proyecto mi pensamiento. El trabajo de Araki ha sido cuestionado, incluso
vilipendiado, no hace falta dar muchas pistas, desde
distintos ámbitos. Es precisamente esa polémica y el saber enfilarla
adecuadamente, la que ha dado mayor repercusión a su trabajo. El sexo es motor
y negocio, sin hacer distingos, y precisamente este tipo de temáticas tiran
abiertamente del negocio editorial en el que se mueve bien su obra.
En Japón Araki es una mega
estrella, un héroe nacional. Conocidas son las miles de mujeres de todo tipo de
edades y condición deseando posar para el maestro, no se conoce otro caso
semejante. Pero también es un ser atormentado al que la muerte le ha marcado el
sino, su proceso iniciático, tuvo de protagonista a su mujer Yoko hasta que
esta murió, con la que estaba muy unido. La forma de narrar aquellas
experiencias casi como si fuese un diario, que lo era, desde su viaje de
novios, es casi visionario, obras posteriores como la de Nan Goldin se miraron
en él. De esa etapa hay dos imágenes que me conmueven, una la imagen de sus
manos unidas en una cama de hospital y la otra del rostro de Yoko en dentro del
ataúd rodeada de flores. Flores que como aventura huelen a muerte tanto como a
sexo. Rodeado de flores, estas son tratadas como si fuesen sexos precipitándose
a la muerte.
La mirada fotográfica de Araki es
bestial, inquietante a rabiar, fotografíe lo que fotografíe, sabedor de que la
imagen fotográfica es una bella manera de matar en la que se detiene el tiempo. Da igual que fotografíe cielos
plomizos de Japón, o nubes, como hizo
machaconamente tras la muerte de Yoko, o los edificios de su ciudad, en
dramáticos claroscuros y contrastado blanco y negro, o ese innumerable número de mujeres atadas, a la
técnica del Kinbaku, seguida por los practicantes del sado pero muy enraizada
en la cultura japonesa. Sus ataduras eróticas son las que desatan la ira y el
desaire, incluso él se ha fotografiado a sí mismo a modo de parodia de todo ello,
es muy común que el salga en sus imágenes como parte de una acción que el
persigue y en la que también actúa. Araki es un amante de la belleza femenina,
un ser lujurioso, un ser que persigue el sexo, pero que no es un pornógrafo en
el sentido peyorativo del término. Es difícil delimitar las aristas sobre las
que estas prácticas se mueven. Hay muchos fotógrafos seducidos por el sexo,
pero tan sólo unos pocos, los elegidos, y muy distintos entre ellos han
conseguido dominar semejante potro. Mappelthorpe, García Alix, Joel Peter
Witkin, y para de contar.
Las imáges del japonés no son perfectas,
están llenas de imperfecciones, incluso manifiestamente de aficionado, con la
fecha sobreimpresionada sobre ellas, pero es que su obra, la verdadera es el
mismo, y eso es lo que ha trata de contarnos. El artista hoy es un venerable
anciano rodeado de jovencitas y riéndose de la muerte, al que le persigue el
mismo mal que se llevó a su esposa, en su versión de cáncer de próstata. Lo
tiene asumido, por eso ya tiene fotografiadas las flores con las que desea ser
enterrado.
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