8 dic 2011

Nobuyoshi Araki. Sexo y muerte, muerte y sexo.


                

                Más allá del Eros y el Thanatos freudiano, la relación entre la muerte y el sexo, la real, no la metafórica, es de una proximidad que espanta, su práctica;  en realidad, el sexo no deja de ser una forma de morir, de morir viviendo. El sexo es la gasolina, el motor que mueve el mundo, pero resulta incómodo, cuando no inapropiado un reconocimiento explícito en la esfera de lo público. Incluso hay culturas que lo que hacen de él es una pura sinvergüencería, pero eso es capítulo aparte. No es fácil hablar del sexo,  tampoco de la muerte, ni lo va a ser de Nobuyoshi Araki http://vimeo.com/22064514 Tokyo, 1940, artista reconocido internacionalmente por su manera de abordar el sexo, y sobre el que proyecto mi pensamiento.  El trabajo de Araki ha sido cuestionado, incluso vilipendiado, no hace falta dar muchas pistas,  desde  distintos ámbitos. Es precisamente esa polémica y el saber enfilarla adecuadamente, la que ha dado mayor repercusión a su trabajo. El sexo es motor y negocio, sin hacer distingos, y precisamente este tipo de temáticas tiran abiertamente del negocio editorial en el que se mueve bien su obra.


           En Japón Araki es una mega estrella, un héroe nacional. Conocidas son las miles de mujeres de todo tipo de edades y condición deseando posar para el maestro, no se conoce otro caso semejante. Pero también es un ser atormentado al que la muerte le ha marcado el sino, su proceso iniciático, tuvo de protagonista a su mujer Yoko hasta que esta murió, con la que estaba muy unido. La forma de narrar aquellas experiencias casi como si fuese un diario, que lo era, desde su viaje de novios, es casi visionario, obras posteriores como la de Nan Goldin se miraron en él. De esa etapa hay dos imágenes que me conmueven, una la imagen de sus manos unidas en una cama de hospital y la otra del rostro de Yoko en dentro del ataúd rodeada de flores. Flores que como aventura huelen a muerte tanto como a sexo. Rodeado de flores, estas son tratadas como si fuesen sexos precipitándose a la muerte. 





                  La mirada fotográfica de Araki es bestial, inquietante a rabiar, fotografíe lo que fotografíe, sabedor de que la imagen fotográfica es una bella manera de matar en la que se  detiene el tiempo. Da igual que fotografíe cielos plomizos de Japón, o nubes,  como hizo machaconamente tras la muerte de Yoko, o los edificios de su ciudad, en dramáticos claroscuros y contrastado blanco y negro,  o ese innumerable número de mujeres atadas, a la técnica del Kinbaku, seguida por los practicantes del sado pero muy enraizada en la cultura japonesa. Sus ataduras eróticas son las que desatan la ira y el desaire, incluso él se ha fotografiado a sí mismo a modo de parodia de todo ello, es muy común que el salga en sus imágenes como parte de una acción que el persigue y en la que también actúa. Araki es un amante de la belleza femenina, un ser lujurioso, un ser que persigue el sexo, pero que no es un pornógrafo en el sentido peyorativo del término. Es difícil delimitar las aristas sobre las que estas prácticas se mueven. Hay muchos fotógrafos seducidos por el sexo, pero tan sólo unos pocos, los elegidos, y muy distintos entre ellos han conseguido dominar semejante potro. Mappelthorpe, García Alix, Joel Peter Witkin, y para de contar.
                 Las imáges del japonés no son perfectas, están llenas de imperfecciones, incluso manifiestamente de aficionado, con la fecha sobreimpresionada sobre ellas, pero es que su obra, la verdadera es el mismo, y eso es lo que ha trata de contarnos. El artista hoy es un venerable anciano rodeado de jovencitas y riéndose de la muerte, al que le persigue el mismo mal que se llevó a su esposa, en su versión de cáncer de próstata. Lo tiene asumido, por eso ya tiene fotografiadas las flores con las que desea ser enterrado.  

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