8 dic 2011

Decir adiós sin despedirse




Descubro en las páginas de esquelas del periódico una que está dedicada a una persona con la que hacía años que no coincidía pero con la  que compartí algunos momentos, intermitentes eso sí, porque así fue nuestra relación, intermitente y metódica. Una vez al año él se ponía puntualmente en contacto y  me hacía una encomienda que nunca entendí muy bien; después desaparecía. Lo hizo así durante muchos años, unos quince,  hasta que dejó de realizar tan misteriosos encargos. Hacía tiempo que me temía lo peor, pero nunca quise romper el pacto no escrito, tampoco tenía forma de hacerlo,  o eso creía, desconocía su dirección,  su teléfono, las últimas veces que me llamó lo hizo des las vetustas cabinas telefónicas dejando entrever en su voz el sonido del tráfico. Descubría sus llamadas en el contestador, una voz descentrada y rotunda , como a trompicones. Era un conversador incansable, de esos a los que tienes que parar los pies para no te alcanzara la "eternidad", siempre cargado de periódicos y libros que no creo que leyera, muy díficil adentrarse en tamaño desorden, pero no importa, era su manera de comunicarse con el mundo exterior; él siempre tenía para mí algún recorte guardado. Hoy me gustaría curiosear por el retrovisor del tiempo pero no es posible, el camino no se deja desandar y el silencio cubre demasiadas cosas. Se llamaba Mariano López López, lo entierran mañana.

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