14 oct 2011

Silencios de hospital



Que  sean las cuatro de la tarde de un viernes y te encuentres  en el hall de un hospital puede responder a varios motivos, de entrada ninguno grato. Desde mi pequeña atalaya observo, escucho, incluso me deleito con el olfato. ¿A qué huele un hospital? Lo más  importante es que no destaque por su olor, que no huela demasiado. Menos  que irrite tus fosas nasales a base de potentes desinfectantes, también  conozco alguno de estos. Muy parecidos a pequeñas ciudades que tratan de enmascarar sus defectos. Este es un hospital pequeño y acogedor, rodeado de montañas,  en el medio de una provincia de interior.
     Casualmente en él nació mi hija mayor, Leire, y su breve estancia, hasta que tuvimos que  trasladarla, fue de lo más grata. No estoy acostumbrado al silencio y menos en un hospital, a esta hora en éste el silencio parece  la norma. Acaba de entrar una señora, que aguarda que alguien se presente en la  recepción. El bedel, de mediana estatura, pelo corto y gris y rasgos poco definidos entra por la puerta, lo hace con un café en la mano y se dirige a su asiento.  Una enfermera avanza con una desengrasada silla de ruedas vacía; el bedel continúa con su tarea, rasga unos papeles con los que seguro está confeccionando etiquetas.
    Detesto los hospitales, sí ya sé que son necesarios pero a mí me recuerdan a la antesala de algo malo, no sé si necesario, pero malo .Ya sé que probablemente no pase de ser una impresión.  Doscientos tres, doscientos treinta y seis, canta con indiferencia los números de las habitaciones. Se sigue entretenido rasgando papelitos mientras responde a varias visitas que preguntan por los enfermos. Sale una pareja de mujeres mayores con la voz elevada, ¿salir? Vuelven a pasar para adentro con el mismo volumen de voz. ¿De qué se habrán olvidado?
Regreso a la habitación en la que figura el motivo de mi estancia, habitación 247. Ahora está dormido, boca arriba, asido a un pequeño tubo de suero. La habitación de dos camas  me había servido antes  para dormitar un rato,  ahora la ocupa un hombre que acompañado de su mujer habla  a susurros para no molestar. Mi enfermo se reclina hacia delante, las teclas del ordenador con el que escribo llaman su atención. Dos intentos de alzar la cabeza nada más y sigue dormitando. La anestesia y el madrugón lo han dejado agotado. Ahora alza la mano, como queriendo decir algo, o simplemente reposar la sobre la frente.
      La enfermera, a requerimiento mío, ha dicho que el doctor no pasará hasta el día siguiente, que todo eso ya estaba previsto.” Previsto sí, pero yo no sabía nada”. “Se le ha informado al enfermo ”. Ya lo tengo,  seguiré escribiendo hasta que aparezca el doctor y nos mande para casa. ¿y  si no nos manda para casa? ¿Y si no aparece? Seguiré escribiendo igual… 

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