Puede
que un paisaje de niebla nos evoque infinidad de enigmas, los que cuando ésta desaparezca le acompañarán en
la fuga. La realidad que tanto nos enfurece e indigna no para de desvelarnos
misterios como si fueran los trucos de un mago que de repente se ve desnudo
ante su público.
Se lo
escuché el otro día decir a un oyente de un programa de radio, en la actualidad
las manifestaciones son ya herramientas de protesta del siglo del pasado, debemos inventar fórmulas más sofisticadas, a éstas les pasa como a los
mercados con las malas noticias que las descuentan de antemano. La sociedad en
la que transitamos ya presupone que los ciudadanos molestos, asqueados con sus
gobernantes, con el entramado financiero van a salir airados a las calles a
decirles que no, que así no. Que los recortes son intolerables, que el futuro
es incierto y que el sexo de los ángeles nos resulta indiferente. Sí, por
supuesto, y que somos capaces de
conectar nuestro malestar en cadena, como si el alivio globalizado fuese capaz
de solucionar los problemas individuales. Tal vez lo paradójico es que sean los paradigmas del capitalismo voraz, el de
los teléfonos de última generación, la interconexión en red, los mismos que nos deleitan y seducen, los que
nos crean necesidades y nos regalan libertad, los que ahora esperamos que nos
resuelvan nuestros problemas. Después de ser seducidos por las mieles del
sistema, por el consumo en cadena que administra en tiempo nuestro trabajo,
después de transitar por el más allá para irremediablemente tener que regresar,
resulta complejo asumir realidades que
como en la historia del mago nos muestra infinidad de fisuras.
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