16 oct 2011

Cadena de indignación


                                                      

Puede que un paisaje de niebla nos evoque infinidad de enigmas, los  que cuando ésta desaparezca  le acompañarán en la fuga. La realidad que tanto nos enfurece e indigna no para de desvelarnos misterios como si fueran los trucos de un mago que de repente se ve desnudo ante su público.
Se lo escuché el otro día decir a un oyente de un programa de radio, en la actualidad las manifestaciones son ya herramientas de protesta del siglo del pasado,  debemos inventar fórmulas más sofisticadas, a éstas les pasa como a los mercados con las malas noticias que las descuentan de antemano. La sociedad en la que transitamos ya presupone que los ciudadanos molestos, asqueados con sus gobernantes, con el entramado financiero van a salir airados a las calles a decirles que no, que así no. Que los recortes son intolerables, que el futuro es incierto y que el sexo de los ángeles nos resulta indiferente. Sí, por supuesto, y  que somos capaces de conectar nuestro malestar en cadena, como si el alivio globalizado fuese capaz de solucionar los problemas individuales. Tal vez lo paradójico es que sean  los paradigmas del capitalismo voraz, el de los teléfonos de última generación, la interconexión en red,  los mismos que nos deleitan y seducen, los que nos crean necesidades y nos regalan libertad, los que ahora esperamos que nos resuelvan nuestros problemas. Después de ser seducidos por las mieles del sistema, por el consumo en cadena que administra en tiempo nuestro trabajo, después de transitar por el más allá para irremediablemente tener que regresar, resulta complejo  asumir realidades que como en la historia del mago nos muestra infinidad de fisuras.

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