18 ene 2015

Francisco Umbral, el de todos los días #Iconos#Umbral

Iconos

Foto: Francisco Umbral.
Autor: María España.


Se fue en plena canícula, un 28 de agosto del 2007. Escritor excesivo en las formas, exquisito en el estilo; escritor de periódicos y de novelas, sin distingos, Umbral era él mismo, para ello se había enfundado en el traje un personaje. Decía Delibes de él, “escribe con la facilidad que mea”, por ello lo arropó en el Norte de Castilla y lo liberó en Madrid.
Umbral fue un chulo de las letras enfundado en un abrigo negro de amplias solapas o en la desnudez de su Olivetti con la que tapaba las vergüenzas cuando le fotografiaba María España, su musa, su mujer, quien fuera fotógrafa en El País cuando ambos estrenaban transición y modernidad en el nuevo medio de Cebrián; después vendrían desengaños y nuevos medios, Diario 16 y El Mundo, del que se fue a la gloria.
Umbral fue arponero de Madrid, su finca, la ciudad que le vio nacer en 1932, en el Hospital benéfico de la Maternidad, en Lavapiés. Su madre huía de Valladolid para evitar habladurías por ser madre soltera. Nacido Francisco Pérez, mutó el apellido como quien toma la alternativa en el oficio, buscando esplendor y nuevo impulso, así fue. De aquella niñez acomplejada sacó estilo y savia, en los territorios de la ficción cotidiana que nunca le abandonaba. La barra del Café Gijón fue su casa, donde desde su palidez y altura ejercía de maestro de ceremonias. La barra a la que todos los provincianos se aferraban, pero él era Umbral, el macho alfa de las letras, alguien capaz de “pisotear” al padre Cela, a quien se le aparecían los libros en las manos como las vírgenes a los creyentes, aquél que no necesitaba otro apoyo que el de su propio ego, garante de su imaginación. Umbral ejerció de biógrafo de sí mismo, en un Madrid donde pasaban cosas, y él las contaba con la naturalidad con la que resaltaba literariamente en negrita los personajes reales de ficción que hacía de sus columnas el verdadero sostén de un periodismo en pleno horizonte de libertad.
Dicen que se desencantó del felipismo y del socialismo, que se hizo liberal y admirador de la derecha, pero eso era cuestión de días, de una rebeldía bipolar con la que agitaba las teclas de su Olivetti, la misma que a veces le hacía machista, petulante, provocador. Y es que como le dijo a Milá en una ocasión, “yo he venido a hablar de mi libro”, y punto.

*Publicado en La Revista 15/01/2015

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