Imagen: Found in the street, 1872.
Autor: Gustave Doré.
Gustave Doré |
cuando se expusieron por primera vez los grabados de Gustave Doré, los 180 que daban cuerpo al libro “London: A Pilgrimage, 1872“, de Blanchard Jerrold, la sociedad londinense se echó las manos a la cabeza, aquella ciudad no era la suya, decían. Jerrold le propuso a Doré hacer un libro de viajes sobre el Londres victoriano; el ilustrador, un dibujante de marcado dramatismo con una concepción de la escena a imagen y semejanza de Piranesi, no se quedó en el marco de una ciudad monumental en progreso. Ambos partieron desde el puerto de Boulogne, hasta alcanzar el corazón de la City surcando el Támesis aguas arriba como quien se adentra en un tesoro oculto, y era cierto. Doré había vivido otras etapas en aquel Londres. Para quien había sido capaz de ilustrar la Biblia que atemorizaba a los vivos con los supuestos castigos divinos, entregarse con realismo a aquella visión no le era demasiado difícil; sin proponérselo y guiado por las lecturas de Charles Dickens, rastreó las calles a la busca de aquellos personajes. El ilustrador estaba abriendo una espita en la narración, una visión primigenia de lo que sería el reporterismo por llegar, que tantos quebraderos de cabeza provocaría en la visión de las realidades tratadas. La Inglaterra victoriana era quien de ocultar una realidad, sobra decir que injusta, en la que la industrialización en curso esclavizaba convenientemente y las clases poderosas no dejaban de demostrar que lo eran en detrimento de los débilles. La pobreza era la esencia de una sociedad que explotaba a los niños, último escalafón en el ranking de las desigualdades. Los niños son víctimas propiciatorias y Doré no duda en contarlo, al igual que no renuncia a presentarnos el tema de la prostitución en una sociedad puritana donde la palabra sexo quedaba prohibida. La visión social de una ciudad estaba abriendo la comunicación a la modernidad a través del dibujo ilustrado de un artista genial. El hambre, la miseria, la visión nauseabunda de una ciudad llena de parias con fisonomía de niños que compartían las calles con los perros y las inmundicias, donde las niñas esperaban que alguien las contratara, donde los niños de la calle no conocían horizonte. Aquel “infierno” londinense, sí que era real.
*Publicado en La Revista 16/10/2014
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