El mito, en el almanaque biológico,
cumple ochenta, en el otro va por los veinte, igualito que nosotros. El
calendario de la historia es diferente, allí Brigitte Bardot (París, 1934) y su
nuevo concepto de mujer nunca será otra cosa que una revolución de primavera,
aunque a ella no le guste, aunque tenga que cargar con el peso de su propia historia,
ni a nosotros nos apasione su posterior actitud, más allá de su guerra con los
animales, o que su visión de la grandeur francesa sea admirable; el mito es
otra cosa.
BB es nuestro icono, una visión rebelde a
la que ella puso el cuerpo y a éste lo regó la suerte; BB es un bellezón dibujado
en un cuerpo menudo, sin grandes alardes ni otros argumentos, con la carne
sobre la mesa en el horizonte planetario de los 50, al que sacó lustre y
escándalo. “Y Dios creó a la mujer”, 1956, con cara de lascivia mentecata, de
adolescente descarada, pero no fue ella, ni siquiera, pienso, que fuera
consciente de la transformación elaborada en su propio cuerpo de naturaleza
privilegiada, ni siquiera el color de su pelo, moreno de raíz, sería argumento
de permanencia, a partir de ahí sería rubio; ella se dejó llevar. A Brigitte la
mudó de piel, literalmente, Roger Vadim, quien incluso fue su marido, mientras
pudo; él fue también quien le puso la tentación de la carne entre las manos de
Jean-Louis Tritignant, quien le abriría los ojos y las puertas de su corazón
hasta que el cineasta descubriera en ellos la mascarada y ella que podría hacer
carrera de amantes, hasta llegar al infinito y dejar desconsolado al personal
con sus apariciones estivales allá en Saint Tropez, de la mano de Alain Delon,
o de quien tocara, pero eso es otra historia.
Roger Vadim fue el visionario, quien la
descubrió siendo una adolescente, quien la paseó por Cannes descalza y con la
melena despeinada como un animalillo salvaje. Fue quién de cincelar en ella el cuerpo
de la tentación libidinosa, sus propios ideales de una visión de la sensualidad
femenina a la que estaba abriendo las puertas creativas; fue hace sesenta años.
El cineasta fue quien plasmó en celuloide a una eterna Lolita siempre
semidesnuda y descarada, inocente y aniñada e un referente sin final. Otros
siguieron los pasos de Vadim; Francia estaba llena de aperturistas que ansiaban
liberar de nuevo París porque se sabía que eran objeto de todas las miradas;
Francia estaba llena de pornógrafos y mentes libidinosas con el sexo en la mano
dispuestos a tomar las riendas y tirar de oficio. Serge Gainsbourg, otro tótem
del momento, y no por su belleza, sino por sus dotes musicales y amatorias; con
ella haría su afamada “Je t’aime moi non plus”, que ni siquiera ella se atrevió
a firmar, o fueron otros quienes pensaron que una explícita melodía pudiera
afectar a su carrera. Decía la pensadora feminista Simonne de Beauvoir , quien le
dedicaría un ensayo “El síndrome de Lolita, Brigitte Bardot”, que “hiciera lo
que le viniera en gana era lo que más perturbaba de ella”; no siempre fue así,
aunque lo pareciera, alguien, en la industria, ponía los límites.
“Empecé siendo una pésima actriz y eso es
lo que he seguido siendo, una pésima actriz”, dijo la actriz pocos años antes
de dejarlo; nadie la estaba buscando por sus dotes interpretativas. Ella se
había convertido en un sex-symbol, y todo lo que pudiera suceder eran efectos
colaterales. La incursión de los medios de masas y su visión de una Lolita
contemporánea estaban haciendo el resto. Poco importaba si las películas eran
malas, el mal estaba hecho, llegaría “El amor es mi oficio”, 1958, y con él la
lujuria, no había mente preparada para tamaño dispendio argumental, y no por el
concepto, una vez más el único argumento sería ella. Brigitte hizo cuarenta
películas, interpretó canciones e inspiró tendencias estéticas que no han
aminorado un ápice a día de hoy, Claudia Schiffer, quien más explotó un gran
parecido físico, Nicole Kidman, le deben infinitos argumentos, entre otras
cuestiones porque todos vemos en ellas la prolongación de un deseo que viene de
atrás. El peinado cardado de mechones sueltos ha sido durante décadas el
paraíso para instalarse en la belleza femenina en una legión de imitadoras, y
nunca falla, el resto ha de ser pose e ingenuidad ante la cámara.
Brigitte fue nuestra Marilyn, una mala
actriz, pero muy sexy a quienes los directores dejaban entrever argumentos convirtiéndola
en una mercancía sobrevalorada. Ella se benefició de todo aquello mientras pudo,
a pesar de lo cansino y de que le resultaba “un rollo”, como en más de una
ocasión ha confesado, y lo aguantó mientras pudo, en un horizonte biológico
breve, pocos pueden a una edad de 39 años permitirse el lujo de decir adiós al
personaje, a la incontrolable voz de rebeldía que ella había puesto en pie y
hacer mutis por el foro, sin despedirse, porque nadie pensó que fuera en serio.
Sólo tuvo un hijo, con el actor Jacques Charrier, al que, tras el divorcio,
abandonó y con quien no se lleva y apenas se ven, la lucha en pro de los
animales y refugiada en La Madrague le impidió otro tipo de atenciones; tampoco
nadie ha buscado en ella a la madre Teresa de Calcuta, su generosidad tira de
otros argumentos.
Brigitte Bardot, una diva atemporal y
eterna, cumple años, 80, dice el calendario biológico, yo no lo creo.
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