27 abr 2014

En el espejo de Labordeta #Iconos

Iconos

 Imagen: José Antonio Labordeta.
Autor: EFE.


José Antonio Labordeta

Hay días que te dejas llevar, días que percibes que a la nave varada en la estación de los tiempos muertos, le falta emoción. “A veces -decía Cela- los hombres marchan, tratando de destruir a hachazos el recuerdo, en busca de una inmensa soledad”; no es el caso.
A la vuelta de la esquina, en la nave del recuerdo, servidor, por momentos echa de menos la rudeza de la tierra, la brusquedad de los hombres curtidos al sol, el sentir de ver pasar los días al ritmo de las cosechas. “Somos/ como esos viejos árboles/ batidos por el viento, que azota desde el mar.
Hemos/ perdido compañeros/ paisaje y esperanza/ en nuestro caminar...” Pocos himnos reflejarán la emotividad contenida, el pulso elegíaco a través de una letra de combate como esta canción, “Somos”, de José Antonio Labordeta (Zaragoza, 1935-2010). Posiblemente en la poesía, en la prosa, le quede al ser humano el clavo donde aferrarse cuando la noche se vuelva más oscura.
  Labordeta, fue profesor, poeta, cantautor y político combativo, de los que se curtieron en la trinchera a las puertas de la transición. Sus canciones eran poesía musicalizada de las que le llegan a la peña, incluso en tiempos que carecen de rima poética. Profesor, muchos reconocidos hijos de Teruel, donde dio clases -Joaquín Carbonell, Federico Jiménez Losantos, Manuel Pizarro, Federico Trillo- bebieron -en su época formativa- de sus aguas fértiles. La poesía de Labordeta se nos presenta íntima, reflexiva, de corte existencial, como mucha de su época; sus canciones, sin embargo, son de arrebato, de las que levantan el espíritu igual que un enérgico Cariñena acompañado de queso y chorizo.
Al poeta, al que estoy seguro que todo el mundo recuerda de buen grado, se le echa de menos. Él era en el Congreso -diputado de CHA-, el verso libre, la voz llana y humilde de aquel que camina ya sin dobleces y las arrugas son pura experiencia. Con la mochila nos enseñó muchos rincones, y promocionó la esencia de la cultura de raíz, la que nutre la vida en la esperanza de las cosas bien hechas. Fue la mochila, el detonante de la mueca, de la torcedura endiablada de un político sin gracia. “A la mierda", les espetó a todos, a sabiendas de que aquel grito a destiempo sería su epitafio. El grito ensordeció y sonrojó a todos. Como epitafio prefiero “Somos". 

*Publicado en La Revista 27/04/2014

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