17 feb 2014

La sombra del poeta #Iconos#María Teresa León

Iconos

Imagen: María Teresa León.


No debiera pasar por una efemeride más; cumplidos 25 años de su muerte, María Teresa León (Logroño, 1903-Madrid, 1988), merece algo más que recordarse por haber sido la mujer, la sombra, de un poeta; ella fue una creadora.
 “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”, así reza en su epitafio de la tumba de Majadahonda. De la mano de su marido, el poeta Rafael Alberti, lo deja dicho todo. Pero la vida de esta creadora, licenciada en Filosofía y Letras, que antes de conocer al poeta ya había dejado escritos dos libros, “Cuentos para soñar” y “La bella del mal de amor”, no fue un camino de rosas, y eso que nació bajo el paraguas de una familia de posibles -sobrina de Ramón Menéndez Pidal y de María Goyri, una de las primeras mujeres en cursar filosofía y Letras-. Mujer de maneras exquisitas, pero alejada frivolidades. La guerra la pilló con la pistola a la cintura, y no se olvidaría de ella hasta llegar al exilio, al aeródromo de Orán, donde le señalarían precisamente allí, a su cintura, “Señora, su pistola”. A partir de ahí todo el desarraigo, el destierro en territorio extraño, la vida en común junto al poeta.
En plena guerra fue secretaria de la Alianza de Escritores Antifranquistas, y tras el bombardeo de la Legión Condor, una de las personas que colaboró en poner a buen recaudo la pinacoteca del Prado.
“Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada, como una ola que un mar imprevista me arrojara de un golpe contra el pecho”, relata así Alberti, en la biografía la “Arboleda perdida”, lo que supuso aquel primer encontronazo con una mujer de carácter, anteriormente casada y con dos hijos; tras su separación se quedarían con el marido, como era previsto entonces.
Orán, de paso; el exilio en París, ambos trabajarían de traductores y locutores de radio; Buenos Aires, con 23 largos años; despues Roma. “Estoy cansada de no saber dónde morirme, esa es la mayor tristeza del emigrado...”, así describía su sensación en “Memoria de la melancolía”, de 1968.
Su regreso a España, junto a Alberti, en 1977, es poco victorioso; la enfermedad del olvido, hereditaria, le impidió gozar verdaderamente. Otra vez la ausencia, el encierro interior. De nuevo la sombra en una mujer creadora, que cedió por amor.

*Publicado en La Revista 16/02/2014

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