En Columna
José Paz |
Uno se los imagina sudorosos y exhaustos, aferrados el uno contra el otro como si la vida dependiera de ese instante de frenesí más antiguo que el oficio de vivir. Antiguo como la Iliada y la Odisea, y tan moderno como la fugacidad que nos envuelve entre el marasmo de globalidad y ciborgs. De espaldas sobre la cama y aún de la mano, se enfrascan raudos en tuitear de oficio las líneas maestras del relato urgente de un coito bajo las sábanas.
Sin duda una línea certera puede ser más ingeniosa y guerrera que convincente un tratado de la Internacional Situacionista que ya nadie sigue; ríase usted de los escritos de Derrida, Lyotard o de Foucault cuando lo que de fondo envuelve ahora nuestras vidas gira alrededor del dedo índice lanzando un me gusta, volcado en repetitivas y superlativas loas o trenzando la crítica más despiadada desde los tiempos del circo romano.La cultura milenaria que ha guiado a Occidente se desmorona a la velocidad de la luz, a la misma que viaja el dinero que lo envuelve todo y nos arroja al desamparo. La identidad humana cincelada a base de tiempo y espacio sobre la memoria es ya prescindible. El cambio de era que vivimos es tan certero como absurdo; a los cinco minutos de nacer el hijo de Shakira no sólo tenía cuenta en Twitter, también arrastraba para sí 12.000 pasmados seguidores. Megalómanos todos, ambiciosos, generosos de “compartirlo” todo, vivir ya es el más puro paradigma del no lugar y nuestros afectos el relato perverso por ese lugar de paso. Las redes han conseguido el mayor regalo jamás imaginado por ningún ejecutivo de cuentas, la entrega desinteresada de miles de datos, hábitos de consumo, intimidades de todo bicho viviente en la infinita red de amistades, algo que durante décadas se había guardado con más recelo que el Santo Grial. Y gratis.
*Publicado en el diario La Región 31/01/2013
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