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Imagen: Fernando Martín y Audie Norries, 1989
Fernado Martín era ambicioso de casta, peleón al límite de esos que al salir de la cancha lo hacían con la piel hecha jirones. Jugador de baloncesto de altura, también un seductor, guapo de romper y chulapo, a quien las damas rendían, y con razón, pleitesía. El primero en cruzar el charco y fichar por un equipo de la NBA cuando todo aquello sonaba a planeta extraño y aunque su periplo con los Portland de Oregón no fue lo que se puede decir glorioso, apenas tuvo minutos y allí los pívots brindaban puerta a la primera de cambio, nunca se podrá argumentar que le faltó arrojo. Aquí su amor era el Madrid, a quien llenó en su segunda etapa de tardes imposibles al enfrentarse al Barça, el eterno rival. El madrileño tuvo la suerte de formar junto con Romay, Epi, Corbalán y Solozabal parte de aquel equipo mítico del 84 que se llevó de los Ángeles una medalla con sabor a oro, al perder en la final contra unos universitarios inabordables de la mano de un barbilampiño Michael Jordan, un año antes fue plata en el europeo.
Fernando Martín, 1986 |
A su regreso tras el periplo americano, temporada del 86/87 con 146 minutos, 22 puntos y 28 rebotes, qué lejos de los 15.000 que conmemoraba esta semana ese pívot de gloria llamado Pau Gasol, nadie olvidará los enfrentamientos con Audie Norries. Lo de estos dos superaba con creces lo exigible, con continuos empellones y retos físicos que sucumbían al borde de la zona, los árbitros, sabedores de su legalidad en el juego, dejaban seguir a espera de la resolución natural. Audie era superior, más técnico y con más peso, pero Fernando lo superaba en pundonor, eterno argumento patrio. Audie por aquellas estaba en permanente estado de gracia, con la ventaja de su gran técnica y aplomo en la cancha, pero los duelos resultaban vibrantes, competitivos a ultranza, al estilo de los gladiadores de antiguo. Ambos se respetaban al máximo, y además fuera de cancha se valoraban los retos.
Fernando Martín y Audie Norries, 1989 |
La historia de Fernando finaliza un desgraciado domingo a pie de la M-30 al volar tras saltar la mediana con su flamante Lancia Tema de color rojo. La velocidad fuera de la cancha era su otra gran pasión por vivir la vida más deprisa, aquella tarde su coche derrapó al incorporarse procedente de la N-II a la M-30, él, en el viaje definitivo, se rompió la crisma, el conductor contrario también, y los españoles perdieron un sueño. Audie Norries, su eterno rival se echó a llorar al conocer la noticia.
*Publicado en La Revista 25/11/2012
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