9 oct 2015

Le decían La Bella Otero #Iconos

Iconos

Imagen: La Bella Otero, Carolina Otero. 


Hice fortuna durmiendo, pero no sola, así, en una frase expuesta en el Museo D'Orsay, París, en una muestra artística dedicada a la prostitución, recoge el testimonio de esta cortesana gallega de leyenda. De Agustina Otero Iglesias (Valga, 1868-Niza, 1965) se decía que su mirada irradiaba fuego, incandescentes también los arrebatos de su carácter, pero los hombres que se acercaban lo que buscaban era el abrigo de lo imposible.
Su verdad, si la hubo, fue incierta; a la vejez le negó testimonio, la mayoría de sus imágenes son antiguas, de cuando no superaba los treinta años. Encandiló a muchos hombres, algunos, entre la realeza, Eduardo VII de Inglaterra, Alberto de Mónaco, Leopoldo de Bélgica, el Káiser Guillermo de Alemania. Dicen que enseñó a amar a Alfonso XII, rey siempre ávido de sexo. Ellos la hicieron muy rica, con regalos de ensueño; su fama sumaba enteros, así que como cortesana no dudaron en exhibirla encaramada a sus brazos.
A Agustina, luego Carolina, la vida la espabiló rápido. Nunca dijo una verdad, al menos seguida; adornaba su biografía con pinceladas de amantes, tropelías y un origen más exótico; hija de una gitana muy bella, de Cádiz, decía; así, sin malicia, con la única convicción de que su belleza racial, sus medidas de ensueño 93-53-92, sus improvisados bailes -entre lo exótico y lo flamenco- le ayudarían a medrar. Con el cambio de siglo La Bella Otero sería ya su apelativo, en Moscú, en Estados Unidos, en Inglaterra y en medio mundo. Sus amantes, ensimismados por un amor en fuga, perdían la cabeza, algunos la vida, suicidándose en una determinación romántica, como Ernest André Jungers, el empresario que la hizo estrella.

La Bella Otero, de Julio Romero de Torres, 1910.

   Amaba con fijeza, igual que bailaba con trajes imposibles cruzados de alhajas y piedras. Sumó una riqueza inconmensurable, unos 400 millones de euros, que dilapidó en los casinos. Quien fuera musa del Folies Bergères durante la Belle Époque, inspiradora de Toulouse-Lautrec, de D'Annunzio, el poeta, murió en la pobreza, en una pensión de Niza. Dicen el Casino de Montecarlo le pasaba una pensión, en homenaje al glamour de tiempos pasados y a la fortuna que les había brindado. C. Otero, reza sobre su tumba.

*Publicado en La Revista 8/10/2015

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