1 oct 2015

Hedy Lamarr, orgasmo de papel

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Imagen: Hedy Lamarr, 1932.
Autor: Gustav Machaty.


Hedy Lamarr, en Éxtasis, de Gustav Machaty, 1932.

Tenía 16 años y una belleza deslumbrante. A la actriz Hedy Lamarr (Viena, 1914-Orlando, 2000) Gustav Machaty le había prometido que las cámaras la filmarían desde lo alto de una colina. Así fue el engaño, que guardaba truco en forma de teleobjetivo, que la acercó mientras desplegaba su desnudez cristalina en medio de la foresta; lo del baño en el lago sumaría pasión e historia. Por primera vez una belleza femenina se filmaría en cueros. El argumento, ingenuo y pacato ,hoy, sumaba un orgasmo apuntalado por el director a golpe de alfiler desde debajo la cama, mientras, un relamido amante le besaba de manera imprecisa. La película no dejó indiferente a nadie, el propio Papa Pío XI condenó aquellas infidelidades y la simulación orgásmica invocando a Torquemada. El mal estaba hecho. Dicen que Musolini se atrincheró en una sala para verlo todo; en la Mostra de Venecia se presentó con la publicidad toda hecha.
    Hedy Lamarr en los 40 era una especie de fresco acrisolado de feminidad sin impurezas. Hija de banquero rico y madre pianista, ambos judíos; aun dotada para el estudio suspiraba por la interpretación. Con 16 años se fue a Berlín, junto al director Max Reinhart. Lo de Éxtasis fue un golpe, no para ella que toda su vida gozaría de una sexualidad sin complejos; se casaría seis veces, y haría carrera en Hollywood. Antes sumaría mucha vida e historia.

Hedy Lamarr, en Éxtasis. 

   Fritz Mandl, magnate de la industria armamentística once años mayor se encandiló con la joven; tras un matrimonio de conveniencia haría acopio de cuantos copiones de Éxtasis se pusieran por delante. Exageradamente celoso, la sometería al extremo; auténtica esclavitud, diría ella. Anulada la opción del cine, la ingeniería sería un escape. Se empapó cuanto pudo de la industria armamentística que laboraba su marido. Conocimientos que después entregaría a los americanos. Junto a George Antheil, un músico que había colaborado con Léger, desarrollaría un sistema mecánico de conmutación de señales, patentado y reconocido de manera tardía.

   Aquella tortura de marido finaliza a la fuga, en coche, vía París cargada de joyas; antes seduciría a una sirvienta que la custodiaba. Lo de Hollywood, cleptomanías, adicciones, el éxito y su declinar serán otro relato.
*Publicado en La Revista 1/10/2015

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