Iconos
Foto: Leopoldo María Panero.
Autor: Thomas Caret.
Hembra que entre mis muslos callabas de todos los favores que pude prometerte te debo la locura”, El poeta no estaba loco, o no lo estaba todo el rato. Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas, 2014), ha sido todo un icono poético, al menos desde que Castellet lo sumara a la cima de los poetas novísimos, y eso fue ya al principio.
Panero fue un poeta afrancesado, aferrado a Artaud, o a Mallarmé, a quien más que plagiar, mimetiza; un poeta maldito, que goza de la locura que lo persigue y de loquear al lector que busca en sus textos lo siniestro, lo imprevisible, capaz de agitar en el mismo cóctel las palabras más bellas con las más soeces, la belleza y el horror, siguiendo los pasos estéticos de Poe, Blake, o Lovecraft, rimando poesía descastada, con los propósitos de lo insólito e incluso el terror sin inmutarse; la sinrazón de la locura te envalentona para lo imposible. Lo maldito le perseguía de la mañana a la noche, cabizbajo, encorbado con los pasos cortos, el pitillo en la boca que dibujaba la mueca de la razón perdida y la cocacola. Fiel escudero en el viaje. Pero Panero, hijo de un prohombre del franquismo, Leopoldo Panero, nació fascinado por la izquierda radical, la mejor manera de poner en un brete al padre; era un poeta demasiado ilustrado para instalarse sólo en el oficio de loco sin más. “En esta vida se puede ser todo menos un coñazo”, le escuché una vez disparar con el mismo arte en la boutade que un rockero de éxtito, él era una figura en sí, un triunfador en el oficio de la poesía, que no te sacará del hambre pero a él lo llevó a las cimas del reconocimiento, entre otras cosas por su propia biografía. Paseó sus huesos por más de 10 psiquiátricos, la primera a los 19 años, a esa edad ya alternaba la clínica con la cárcel, de hecho le aplicaron la Ley de Vagos y Maleantes, junto a Eduardo Ibars pasaría sus días en la de Zamora, pasaría momentos sonados en el loquero de Mondragón -donde Javier Gurrutxaga tomaría prestado su nombre para su afamada Orquesta-, en Mondragón recibiría visitas no de Ginferrer, ni otros de su genereación poética, sino del mismísimo Bernardo Atxaga, que él agradecería. Su última estancia, la definitiva, sería en la Unidad de Psiquiatría de las Palmas, allí estuvo 10 años, hasta su muerte.
*Publicado en la Revista 4/12/214
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