15 abr 2014

A todo pulmón #Iconos#Edvard Munch

Iconos

Imagen: “El grito”, 1893.
Autor: Edvard Munch.

Edvard Munch

 Era un atardecer mayúsculo, de esos que faltan palabras, por tener la mirada embobada en la puesta de sol. Edvard Munch (1863-1944) deambulaba en compañía de otros dos; al ponerse el sol el cielo mudó de color en un rojo sangre, fantasmagórico escenario con la oscuridad azul del fiordo y la ciudad de fondo. Sobra decir que el sitio era Noruega, donde la naturaleza es arte.
Noruega entonces y ahora, en lo artístico era periferia, pero Munch ya había viajado hacia Francia y Alemania, en búsqueda de una manera de hacer.
Aquel cielo teñido de rojo, a la personalidad atormentada del pintor, le excitaba sobremanera; de niño había presenciado la muerte de su madre y sufrido el desorden bipolar de la hermana, causante de importantes problemas mentales que hicieron mella en él. “La enfermedad -lo dejó escrito en su diario-, la locura y la muerte, fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida”. A pesar de su éxito como pintor -ya en su juventud vendía obra y retratos a ricos alemanes- su estado anímico caminaría siempre al borde de un precipicio. De aquella encendida visión, a la caída de la tarde, nacería un cuadro germinal denominado “La desesperación”; poco que añadir al sentimiento reflejado, que formó parte de un sexteto de piezas con los que el noruego pretendía representar las distintas fases de un enamoramiento, que remata en una desesperada y dramática ruptura. “El Grito”, del que hay cuatro versiones diferentes, es hoy un icono del siglo XX pero en tiempos, fue calificada de arte demente; los nazis, lo calificaron de arte degenerado. Lo que queda claro, en esa narrativa expresionista cuyo cromatismo recorre fondos y figuras, es su carácter cien por cien perturbador. 150 años después, sus excesos más allá de ser admitidos, no han perdido un ápice de frescura, incluso de actualidad. Dicen que se inspiró en una momia a la hora de perfilar la figura atormentada que se lleva las manos a la cabeza. ¿Punto y final a una historia de amor? ¿Qué le llevaba al autor a describir un tormento semejante?
Lo más curioso es el interés de los ladrones por hacerse con el cuadro, hasta en dos ocasiones, y recuperado más tarde. Seguro no lo miraban de frente.

*Publicado en La Revista 13/04/2014

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