5 ago 2013

La mirada plena #Sergio Larraín #Iconos

Iconos
Imagen: Valparaíso
Autor: Sergio Larraín, 1956

Sergio Larraín



  Sergio Larraín (1931-2012) nos dejó dos cosas, sus imágenes maravillosas y su propio existir, turbio y misterioso. Pocos fotógrafos se han cargado más de argumentos para apuntalar su leyenda, y eso que en un momento dado pensó que lo mejor sería retirarse del mundo, y así fue. Lo hizo en los ochenta, pero su obra pervive, el mito también.
     De personalidad compleja, el chileno huyó del padre, arquitecto de éxito, para refugiarse detrás de la cámara, con una mirada alejada de la sencillez y plena geometrías imposibles. La fotografía era para él “un ejercicio de vagabundeo en busca de la verdad”. Su contacto con la vida nocturna, con las drogas y su experimentación en primera persona forjaron una personalidad más esquizoide si cabe, siempre ha sido comparado con otro monstruo enfermizo de la creación, J.D. Salinger, a ambos les surgió un éxito temprano, los dos rompieron un día con el mundo.
  En 1958, vivió en Londres, en 1959, en París. Henri Cartier-Bresson lo introdujo en la Agencia Magnum, con un regalo envenenado, un reportaje por la Sicilia de la mafia y un personaje del hampa, Giuseppe Genco Russo. Una buena manera de ponerlo a prueba que lo llevó por Nápoles, Calabria y Sicilia, con más de 6.000 fotografías a cuestas, medio centenar del capo mafioso, algunas muy conocidas como la que aparece posando en su casa. Aquel viaje y otros posteriores a Irán, en la procura del Sha de Persia, hicieron según su propia hija, mella en el personaje.
“Lo que no te guste a ti no lo mires, tú eres el único criterio”, le indicaría años después -1982- en un mítico escrito de 870 palabras sobre la fotografía dedicado a su sobrino Sebastián Donoso. “No fuerces la mirada, porque se pierde la poesía y se enferma. Es como forzar el amor o la amistad”. Sin embargo Sergio Larrain, tras adentrarse en el éxito, después de posar su mirada eterna en los arrabales pecaminosos de Valparaíso, donde ejecutó algunos de sus mejores momentos, decide que lo mejor es replegarse sobre sí en la búsqueda de una espiritualidad que encuentra entre el silencio y la meditación retirado en un lugar recóndito del Ovalle chileno. La luz que persiguió durante mucho tiempo tras la cámara, le guió después su mundo interior. Seguro que su personalidad y el LSD tuvieron mucho que ver en todo ello.

*Publicado en La Revista 4/08/2013

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