30 mar 2012

Y todo por un par

Iconos
Simone Silva y Robert Mitchum, Getty.

    Muchos lo intentan, pocos los que consiguen. Todo festival de cine que se precie ha de expandir suficiente glamour para que después éste, el glamour, transite sobre el “papel” cuché planetario. El Festival de Cannes ya no es lo que era -tampoco el oficio periodístico  en  “papel” es ahora planetario- pero sigue siendo el festival más icónico. Por su alfombra roja se pasea cada año los más granado de esa corte de seres iluminados por el celuloide, incluso hubo un tiempo en el que al festival le salió un competidor y además porno, hasta que el alcalde de turno dijo basta y lo prohibió, harto de ver a tanta gente libidinosa subida al plató.  Aunque hoy el que más y el que menos ya tiene asimilados los pecados de la carne, y la visión de un hombre o mujer en cueros no es lo que fue, conviene recordar que existieron otros tiempos en los que entre Dios y el diablo mediaba la censura.
  Todos comprendemos cuál es el significado del término  turbamulta, incluso somos capaces de visualizarlo sin esfuerzo, entre otras razones gracias al celudoide. En la edición de Cannes de abril de 1954 tuvo lugar una bien sonada, de la que pocos salieron indemnes, empezando por los protagonistas del icono de hoy. Como en cualquier pasarela por el Festival de Cannes transita una corte de fotógrafos, lo más parecido a acudir a un safari en busca de presa, también acuden estrellas en ciernes, otras consolidadas y aquellas de relumbrón. En la  edición del 54 la que marcaba la diferencia se llamaba Robert Mitchum, y la otra, Simone Silva, que aunque en aquella ocasión ejercía el cargo de“Miss Festival”, lo suyo era más bien lucir palmito y mostrar curvas, siempre dispuesta a todo con tal de dar de qué hablar. ¡Y vaya si dio!
       Y los fotógrafos pedían carne, ”take the top off” Simone, y ella los hizo felices aprovechando su encuentro con Robert, pillado literalmente con las manos en la masa y sin saber muy bien cómo afrontar semejante circunstancia. Más o menos como cuando Carod Rovira puso una corona de espinos sobre la cabeza de Maragall en aquel famoso viaje a Israel. Ante la tan golosa escena todos los fotógrafos corrieron tras la pareja, uno rompiéndose la pierna, otro el brazo, y no pocos la  gafas y alguna que otra lente.  A la mañana siguiente a la pin-up greco-francesa la invitaron a abandonar  el país y a Robert al regresar a los USA se la liaron parda los representantes de la industria. Y todo por un par.
     

  Autor: Getty, 1954. 
  Fotografía: Robert Michum y Simone Silva

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