Resulta fustrante que nuestro lenguaje haya desistido del empleo de términos como paraíso o porvenir para referirse al futuro, cuando no son más que expresiones vacías
que no comprometen a nada, metáforas condicionadas al
oficio de soñar más que al arte de gobernar.
El empleo del lenguaje no te llevará a ningún
lugar y a la vez puede hacerlo a cualquiera. Cuando la política se envuelve en un lenguaje de corte apocalíptico éste acaba por alcanzar a la
sociedad y la realidad se muda envenenada. No culparemos en exclusiva al lenguaje, pero sí en parte, la justa para condicionar el
desenlace. El funcionamiento de las agencias de ratig, su endiablado lenguaje, las valoraciones sobre un determinado
país, comunidad o empresa, en momentos de turbulencias, provocan en el destinatario
la reacción en esa dirección apuntada, abocándolo a una situación cada vez más
compleja. En política, en la sociedad en general, el empleo de un lenguaje
machacón sí que condiciona los resultados. No es una teoría, es pura psicología.
En el lenguaje figurado nos referimos al
abismo como esa posibilidad de caer en desgracia, de someternos a grandes
peligros. El antiguo Testamento ya se refería a él como el caos, el lugar reservado
al infierno. Resulta espeluznante tan sólo el hecho de pensar en él, de
correr la suerte de caer en desgracia y someterse a sus adentros. No creo que alguien de manera interesada nos haya querido marcar un destino
tan inseguro e incierto, pero el uso inadecuado e insistente del lenguaje puede haberlo acelerado.
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