Su rostro
reflejaba la apatía. Hacía tiempo que sospechaba
que todo aquello no era más que un burdo engaño, que la verdadera fecha de su
cumpleaños no se correspondía con la que en ese momento anunciaban por megafonía. Algunas veces lo hacían así, ciertos médicos pensaban
que era una buena manera de comprobar la reacción de los internos, primero comunicaban
sus nombres, después les felicitaban. Algunos
comenzaban a dar saltos de alegría, a otros el dato les resultaba
intranscendente. En el caso de Elías el anuncio tan sólo sirvió para ahondar un
poco más en su desesperanza, no
recordaba el día de su nacimiento salvo que era en invierno y aquel día hacía un
calor sofocante. Lo que él deseaba de verdad era regresar de una vez al inicio de la
historia, estaba seguro de su inocencia.
La mañana velada con la neblina en la que lo habían sacado de
su hogar –al que jamás regresaría- fue un
verdadero mal trago, ¿por qué a él que nunca le había hecho nada malo a nadie?
Se preguntaba una y otra vez aquellos primeros días, así hasta que la
medicación lo situó en una suerte de trance, en una especie de baile en el que
su pareja ya no fue otra que el desconsuelo. De vez en cuando, sin saber por qué pintarrajeaba
cruces en las paredes de la estancia.
José Paz |
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