31 mar 2016

Anita Pallenberg y los salvajes #Stones #Iconos

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Imagen: Anita Pallenberg, 1967.
Autor: James Baes.

Los sesenta fueron salvajes de la mano de los Stones; una cabellera rubia de mujer fatal encendía pasiones, nada difícil al calor de la banda. Anita Pallenberg (Roma, 1944), joven refinada nacida en Italia, educada en Alemania y de buena familia se abría paso en la noche de Roma, París y Nueva York. La chica adoraba también el blues de los Stones; entonces la banda era de blues. La primera vez que se acercó a los Stones fue en 1965, en un concierto en Munich, ella trató de ofrecerles hachís, algo que la banda rechazó, nunca se colocaban antes de los conciertos, dijeron.
Ni aunque se lo ofreciera el mismo diablo con melena rubia y cuerpo de mujer. Después de la actuación Brian Jones la invitó a su habitación de hotel y así se hicieron inseparables, la pareja más glamurosa en cualquier fiesta que se preciara. La historia duró dos años, hasta el declinar físico y psicológico de Brian, allí los Stones cambiaron de rumbo. Una noche de excesos dejaron a Brian en Tánger, en medio de una sobredosis, y Anita Pallenberg se unió a Keith Richards, que le abrió su corazón. Así doce años juntos y tres hijos en común. 
tumblr_niar896dVC1sdan8vo1_1280_resultLos setenta fueron años duros, pero la impronta de Anita quedó patente en la banda. Suyos fueron los coros de Sympathy for the Devil, y a ella estaban dirigidas canciones como Beast of Burden o Happy. 
A su carrera de reconocida modelo, Anita sumaría papeles de actriz, el de Barbarella de Roger Vadim junto a la inigualable Jane Fonda, o el morboso de Performance (1968) de Donald Cammell, todo un entramado de pura confusión sexual de siete semanas de rodaje donde filmarían escenas de sexo con Mick Jagger, que quedarían al margen de la versión oficial.
Los Stones le deben a Anita muchas cosas, empezando por su estilismo, Brian Jones se aferraba siempre a alguno de sus “trapitos”, y qué decir de la buscada androginia manifestada desde entonces por Jagger o Richard. El poder de Pallenberg sobre la banda era sobrenatural, al menos hasta que su presencia se volvió fatal. La heroína hizo estragos en su relación con Richard. En 1979 un chico de 17 años se suicida en la cama de la pareja jugando con la pistola de Keith. La juerga llegaba a su fin. Curas de desintoxicación, hospitales para alcohólicos. La diablesa tocaba el infierno con la mano. Una mala influencia para la banda, sin duda. 







* Publicado en La Revista 31/03/2016

3 mar 2016

El último tiro del cazador # Hemingway #Iconos

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Imagen: Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway



No eran ni las 7 A.M. y el día se vencía a plomo, como si la verdad se sirviera ya gastada. La noticia ocuparía las primeras de los rotativos, era Ernest Hemingway (Oak Park, Illinois, 1899-Ketchum, Idaho, 1961).
  A Mary Wells, su cuarta esposa, la conoció en plena contienda; ella, también periodista, trabajaba para la revista Time. Eran las postrimerías de una guerra y él, un hombre casado -ella también-, sin embargo, aquella petición de casamiento después de almorzar resultaba creíble. El león, desde su atalaya de un metro noventa rugía de nuevo; se casarían en 1946.
   Aquellos días -julio de 1961- el escritor andaba raro. Nada que ver con el torrente que lo llevó a serpentear todos los peligros, empezando por la conducción de una ambulancia en la Italia de la primera gran guerra, con apenas 18 años. Todo en él había mudado en silencio, miedos injustificados, aunque fuera más que real que el FBI le siguiera los pasos. Con la única vestimenta posible -la “túnica del emperador”- que a cualquiera le señalaría en ridículo, tras vislumbrar con melancolía la atmósfera de la mañana, abandona la estancia con el sigilo del suicida. Mary duerme con el desvelo de la incerteza, el que le había llevado ya al hospital de Sun Valley y a la clínica Mayo para aplicar sobre el escritor terapias de choque. No era la primera vez que lo encontraba acariciando su preciada Boss empujando cartuchos del 12 grande. La sangre y la violencia extrema nunca amilanaron su espíritu, su vida había sido un espectáculo en forma de belleza y sangre, animal o humana. Es probable que -en su pensamiento- el FBI, le pisara los talones. Dos tiros sin pausa, y el silencio roto despiertan los peores presagios. “Un accidente, ha sido un accidente”, que nadie piense en lo contrario. A sus 62 años la casa era un arsenal, presionar el gatillo, un gesto más interiorizado que pulsar la tecla y posicionar pensamientos en frases carentes de subordinadas sobre un folio en blanco, al menos hasta que éste se había rebelado contra el Nobel. La escritura se había convertido en tormento, alguien del FBI seguía sus pasos. Fue un accidente, créanme.

*Publicado en La Revista 3/03/2016

Envolturas de silencio

E l invierno envuelve cada rama entrelazadas entre sí por el frío y la niebla que lo atrapa todo en un escenario de aventura. Todo es ...