José Paz |
Toda columna que se
precie ha de ser sostén y estar bien apoyada; el basamento
proporcional al pilar y los ornamentos nunca competir
en eficacia. A la base se le pide que el paso del tiempo no reste
solidez. Los capiteles ya son otra cosa, ahí que cada uno se exprese
como libremente pueda, siempre que no se pase, claro está, no se vaya
a romper la armonía del conjunto.
El periodismo se
nutre de muchas columnas que son las que sustentan y dan color y
calor al oficio. Como muchos días recojo debajo de la mesa de la
sala el manojo de diarios atrasados que han quedado acumulados sobre
el estante. No son muchos y posiblemente merecieran un repaso, en el
periodismo impreso siempre restan cosas sobre las que merece la pena
volver, pero las prisas son demasiado enemigas. Una
bolsa de plástico –de las que ya no dan en el supermercado- será
el destino previo a su posterior traslado al contenedor de reciclado.
No poco contrariado, decido echar un último vistazo sobre la
contraportada de uno de ellos, lo hago con cierto temor, ya no es
momento de desandar lo andado, aunque soy de los que pienso que las decisiones hay que tomarlas con
firmeza, a la basura y punto. Pero en ese momento de indecisión y
duda también surge la benevolencia y el deseo de no
desprenderme de todo aquello que se corresponde a un oficio de
siempre bien hilvanado, laborado e incluso muy sudado. Paro y releo
esa última columna que es como la base del periodismo, no sé si jónica o dórica,
pero nunca aislada y siempre suficientemente cincelada. Es de un
afamado columnista y escritor, navego y me zambullo con él
nuevamente, y gozo, y gozo, y gozo. No puedo desprenderme así como
así de semejante columna . Apenado la recorto, sabedor de que muchas
más merecen indulto, y me la llevo doblada en el bolsillo. En el
café la comparto nuevamente con mi amiga.
Publicado en el diario La Región 10/03/2012
Publicado en el diario La Región 10/03/2012
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