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Imagen: cama de Valtesse de la Bigne, de Édouard Lièvre, 1875.
La Alcoba más famosa de Francia está en el Museo de Artes Decorativas de París, una cama en madera y bronce con baldaquín, allí unos cortinones verdes se descuelgan sobre el lecho y su enrejado cierre dorado. El verde era el color favorito de la dueña, Valtesse de la Bigne (París, 1848-1910), allí sollozaron aristócratas que le dieron forma de lujo a su vida; también pintores (Gervex, Detaille, Courbet, Corot), a algunos sirvió de modelo, a todos inspiró; o literatos, como Émile Zola, sobre cuya figura recreó su personaje de “Nana”, y su relumbrante misterio, la admirada cama. “Una cama como ninguna otra, con trono, un altar donde París admira su desnudez soberana”, diría Zola. Pero hablaba de oídas, porque, aunque se aprovechó de la amistad con el pintor Henri Gervex para colarse en la vivienda de esta afamada cortesana del Segundo Imperio, amante del mismísimo emperador Napoleón III, no le quedó otra que imaginar el lecho para describir más tarde en su novela; aunque insistió, la condesa le negó el paso y le recriminó su actitud. Zola consiguió ser invitado a comer, pero se le declinó la posibilidad de curiosear en la alcoba como pretendía, digna tan solo de quienes compartían amoríos. Al llegar el escritor enmudecido por los excesos decorativos de la estancia; en el comedor, sin entrar en conversación con los otros invitados, tan sólo se dejaba llevar por la pluma y las notas. “¿Cuál es la altura del techo Madame?”, inquirió, cuando todos aguardaban su estimable conversación; la apreciación puso al desnudo sus intenciones. Sin más, Valtesse, pidió al pintor que nunca más lo llevara a su casa. El atrevimiento no le impidió después insistir en ver la alcoba, la negativa se hizo más rotunda; tan solo la historia y sus amantes disfrutarían del lecho.
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Rolla, 1879, de Henri Hervex; con Valtesse de la Bigne de modelo. |
Valtesse, de pelo rubio en cascada, hija de lavandera normanda que se ganó la vida como meretriz, trató sin éxito de ser actriz, con “Orfeo en los infiernos”, de Jaques Offenbach, así que apostó por la vida de cortesana. Entre sus amantes los príncipes Lubormirski, o de Sagan, a quien arruinaría al financiar su hotel particular construido por Julez Février en 1876. En realidad, a la condesa le gustaban las mujeres, entre ellas, Liane de Pougy, a quien protegió y dio sabios consejos. “Una buena puta debe dedicarse a contar las moscas del techo mientras finge disfrutar”; así fue.
*Publicado en La Revista 7/04/2016
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