9 ago 2012

Mar de sensaciones, Aquarium de Donosti

José Paz











                                   
  Hay lugares a los que no regresarás jamás, o de los que nunca conseguirás desprenderte del todo. Servidor del Aquarium de Donosti  de Donosti recordaba apenas cuatro cosas, su ubicación, al final de un puerto pesquero con verdadera actividad; su ambiente siempre bullicioso y turístico, en discurrir paralelo a unos concurridos restaurantes que te agasajarán  a su paso con aromas marineros que a buen seguro despertarán el  apetito; y un recuerdo inolvidable, mágico, más en  los ojos de un niño, el imponente esqueleto de cetáceo a incorporar a las mejores aventuras de cualquier cuento infantil. Muchos años después el esqueleto de la ballena seguía allí, mucho menos mágico pero igual de imponente. Imposible recordar cuando pudimos habernos visto antes, y en qué circunstancias, a buen seguro mucho menos luminosas. A día de hoy  las instalaciones están totalmente remozadas, gloriosas me atrevería a señalar para regocijo de los innumerables visitantes, muchos extranjeros, franceses e ingleses, el propio Alberto de Mónaco - su abuelo tuvo mucho que ver en su puesta en marcha del  acuario- se encuentra entre los visitantes más ilustres.
   Todo acuario alberga, al margen de valores científicos e históricos, virtudes también curativas, amparadas en lo netamente visual. Desde un punto de vista histórico el “Aqvarivm” de Donosti  nos enseña la evolución de las artes de pesca y la evolución de los propios navíos, en un entorno agradable y capaz de satisfacer todo tipo de visitas, desde la más interesada a la de puro compromiso. Lo más llamativo de las instalaciones, al margen de las múltiples especies  distribuidas a lo largo de las salas, tropicales y exóticas incluidas, es el “oceanario” atravesado por un espectacular túnel de 360º que si tienes la suerte de acudir en una hora no demasiado concurrida, la visión te resultará fascinante.  

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