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Imagen: Charles Bukowski con su mujer, Linda Lee.
Autoría: Getty Images.
No lo intentes, Don't try, reza en su lápida, a modo de advertencia para la pléyade de seguidores aferrados con una mano a la botella, la otra, a un puñado de folios desprovistos en su escritura de horizonte rectilíneo. “La primera palabra que aprendí fue licor”, recordaba la frase, su última esposa Linda Lee en su entierro, el 9 de marzo de 1994, en medio de un cortejo fúnebre de monjes budistas.
Charles Bukowski (Andernach, 1920; California, 1994) fue un engendro de hombre ya desde niño, cuando en la escuela sus compañeros se mofaban de su presencia introvertida, rara, y con el semblante rudo repleto de acné. En casa le llamaban Henry, por Heinrich Karl, para ocultar su origen alemán y una emigración a destiempo del sueño americano. Su padre, también alcohólico, a quien golpeaba el desempleo, pagaba también a golpes con él un futuro crudo.
En 1955 los médicos ya le adivinan el final si no deja la bebida, y él se adscribe de por vida a la escritura -poesía, novela, relato- de manera convulsa, siempre dispuesto a retratar un sueño americano a la inversa. Nadie lo había escrito así, tan guarro, tampoco de manera tan brillante. es como si de la náusea se pudiera desprender un paisaje maravilloso. Y la náusea era tal cual, lo deja escrito en “Mujeres”. Lydia llama a la puerta, él sale corriendo al baño a vomitar. Ella le pregunta si está enfermo, “No, no. Estoy bien. Siempre me ocurre lo mismo al despertarme". Así era Bukowski, un despojo de sí mismo que se inspira en su mundo de vagabundo. “Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, con las medias caídas y arrugadas, y con maquillaje barato”. Lo de las mujeres merece capítulo aparte. “¿Por qué escribes de las mujeres de esa manera?”, le inquiere Lydia “Me parece algo vergonzoso que un hombre que escribe tan bien como tú no sepa nada absolutamente de mujeres”.
Sí que sabía de mujeres, y de hombres. Lo que en el fondo parecen historias sobre la destrucción, sobre el sexo y las borracheras permanentes, en realidad son excusas para alejar el dolor; detrás de una apariencia de gemidos e intercambios de flujos, lo que hay es una intensa ternura y piedad hacia el ser humano, con desgarro, el de alquien que interpreta una melodía resistente, en clave de blues, en bucle permanente, Mientras insiste, “Don't try”.
*Publicado en La Revista 25/06/2016
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