Imagen: Imagen: R. L. Stevenson, su mujer Fanny Osbourne, su hijastro y su madre.
El abogado Utterson era un hombre de semblante serio, nunca iluminado por una sonrisa; frío, parco y oscuro en la conversación; tímido en la expresión del sentimiento; largo, enjuto, ceniciento y triste y, sin embargo, de un modo u otro, caía simpático”. Así, con precisión y, embriagados por una prosa cargada de atmósferas y matices, arranca Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886) de R. L. Stevenson (Edimburgo, 1850-Samoa, 1894). Frenético en la escritura, con el propósito de llevar siempre en volandas la imaginación del lector, su obra ha resistido como pocas el paso del tiempo y la distancia recorrida, porque su arte y su vida fue viajera y su mirada, para muchos, adolescente.
¨He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, con la cabeza dando tumbos”. Aunque su salud fue quebranto su imaginación resistió intacta. Se dejó llevar por la vida bohemia en su Edimburgo natal y resistió a toda aquella cohorte de simbolistas decadentes que aderezaban su prose creativa ente alcohol y hachis. Las ciudades encerraban otros misterios, los ambientes turbios, misteriosos, lo siniestro. Así nace y se recrea Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cuentan que su niñera, la señora Cunningham, le inculcó el terror a través de truculentas historias que él recreaba más tarde sobre la almohada como si fuera un juego. Su pasión viajera, a partes iguales por salud y necesidad vital, lo llevarían lejos, Estados Unidos, Samoa, en la Isla Upolu, donde se compró un gran terreno y allí está enterrado.
Su escritura frenética le llevó a abordar la doble personalidad del Dr. Jekyll en sólo tres días, y cuyo origen parte de una pesadilla de la que su mujer Fanny Van de Grift, divorciada, diez años mayor que él y madre de dos hijos, le despertó. Se dice que tras la primera lectura de su mujer y las críticas de ella sobre ciertas descripciones de carácter sexual, éste la arrojó al fuego de la chimenea y la reescribió de nuevo. Sea como fuere, el resultado es un prodigio de síntesis y dominio de diversas voces narrativas. Fue su estilo de narración breve la que apuntilló a los tres tomos de la época.
Admirador de la poesía, que también practicó, fue un poeta, Willian Ernest Henley, a quien la tuberculosis privó de una pierna, quien inspiró el personaje de John Silver el Largo, el singular pirata de “La isla del tesoro”.
*Publicado en La Revista 12/11/2015
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