22 sept 2013

Sabroso Compay #Iconos#La Revista

Iconos

Imagen: Compay Segundo

Autor: AP / José Goitia



 Para un melómano maniático como servidor el día que se topó con el botín de la música cubana fue como quien se diera de bruces con el mayor de los tesoros. Pudiéramos citar infinito, como bien sabe el lector, y quedarse cortos, pero hay un nombre, por su repercusión, por su fama tardía, por sus continuas apariciones entre nosotros, Francisco Repilado (1907-2003) “Compay Segundo”, que dejó gran huella y profundo recuerdo.
  Cuba es la isla del tesoro musical infinito, plena de sonoridad incluso en la peor de las versiones. A Repilado lo trajo Santiago Auserón cuando se enamoró de Cuba, y nosotros lo disfrutamos hasta su muerte hace diez años. Se fue dejándonos huérfanos de sonoridad y de emociones, aferrado a ese tres, que en realidad era un cruce, un armónico, entre guitarra y tres. En la Cuba de Fidel, también en la otra, la música alimentaba el alma pero poco el estómago, por lo que Compay vivió otros oficios: barbero, torcedor de puros, es más, en tiempos de la revolución, se aferró a la obra y se olvidó de la música, dos décadas carentes de melodía, que para el autor de Sarandonga, Macusa, Sabroso, o la inolvidable Chan Chan, cuya sonoridad es deslumbrante, uno imagina bien tristes, o lo suficiente para no soltar relato.
  “Sexteto los Seis Ases”, “Estudiantina de Yayo Corrales”, “Cubanacán”, “Quinteto Cuban Stars”, “Cuarteto Hatuey”, “Conjunto Matamoros”, “Cuarteto Patria”, “Los Compadres”, “Compay Segundo y sus Muchachos”. Le faltó tiempo al de Siboney para ser parte de la banda sonora de la música cubana, en todo tipo de formaciones, como primera o segunda voz, incluso como clarinetista en la Banda Municipal de Santiago. A los 88 años, cuando sus compatriotas lo tenían ya en el mausoleo del recuerdo, se aferró en España a la vida –que gozó hasta el último aliento– y al pasaporte de la gloria que le tenía reservado el destino, primero con Auserón, que le grabó en 1995 la tan mentada “Antología”, después Ry Cooder, quien proyectó en La Habana, primero solo y después con Wim Wenders “Buena Vista Social Club”, la residencia de ancianos más maravillosa del mundo, que los encandiló a la gloria y al reconocimiento mundial. En toda lógica hoy todos están muertos, la biología manda, pero a su obra conviene prestar buena atención.

*Publicado en La Revista 22/09/2013

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